viernes, 9 de enero de 2015

EDUARDO PALOMAR BARÓ: La controvertida figura de Manuel Azaña Díaz


«Aquellos que al depositar su papelito en las elecciones del 14 de abril de 1931 creyeron proclamar una edad de oro, un régimen idílico y paradisíaco, en el cual, por el sólo hecho de haber desaparecido la figura de Alfonso XIII de Borbón en el paisaje español, las fuentes iban a manar miel, los hombres bondad y la tierra de España paz perpetua».

Así comienza el libro titulado Manuel Azaña (Profecías españolas) del insigne escritor, ensayista e historiador de nuestra literatura Ernesto Giménez Caballero, publicado por primera vez en el año 1932.


Manuel Azaña nació el 10 de enero de 1880, en la calle de la Imagen número 3, en un caserón de dos pisos, de Alcalá de Henares (Madrid). Su padre Esteban Azaña tenía una fábrica de chocolate y otra de jabón, y su madre Josefina Díaz era persona lista, leída y fina.

Azaña tuvo tres hermanos. Gregorio, jurista que llegó a presidente de la Audiencia de Zaragoza, Josefa que casó con un militar, comandante de Caballería, y Carlos que murió de niño.

Manuel fue huérfano desde la niñez. Las primeras letras las estudió en la escuela de Miguel María Alonso. Azaña la describió así:

«El colegio. Pasaba por bueno. Caserón prócer; muros desplomados: sobre el dintel, armas en berroqueña; suelo de guijas en el zaguán; oscuras salas, húmedas, a los haces del patio, ensombrecido por la pompa rumorosa de laureles y cinamomos. Profesor de física, un médico… Profesor de aritmética y geometría, un capitán retirado… Pasantes famélicos… Las lecciones, por tandas… Los estudios, en común y a voces… Borrascas de lapos y cachetinas… Más lágrimas he visto correr sobre el texto de los «Comentarios» que sangre vertió el propio César. Aridez, turbulenta grosería en el colegio.»

Le gustaba mandar sobre los demás chicos y le llamaban el Pozon.

Los exámenes de grado los realizó en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid. Una vez terminado el grado, estudió el bachillerato en el colegio de los frailes agustinos de San Lorenzo de El Escorial.

La etapa de adolescente lo marcará en muchos sentidos: crisis de fe, anticlericalismo, conflictiva iniciación erótica, acorazamiento de una personalidad enfermizamente sensible, devoción por las letras y una suerte de nacionalismo estetizante, que tal vez se incuba en El Escorial, pero que se manifestará bastantes años más tarde, en 1911, cuando pasó su primera temporada en París.

Tras licenciarse en Derecho por la Universidad de Zaragoza y doctorarse por la de Madrid, entró en el bufete de Díaz Cobeña, donde se encontró con otro joven pasante, Niceto Alcalá Zamora.

Azaña deambula por la noche madrileña sin inquietudes sociales ni políticas. Le pone piso a una joven prostituta sacada de un burdel. Cuando se le acaba el dinero, se la traspasa a un amigo. Se hastía de Madrid y vuelve a su ciudad natal, regentando un pequeño negocio familiar y donde fundó una empresa productora de energía eléctrica que constituyó un rotundo fracaso.

A los 30 años, desengañado, solterón y malhumorado, hizo oposiciones al Registro, ingresando en 1910 en el Cuerpo de Letrados de la Dirección General de los Registros y del Notariado, en el cual realizó una brillante carrera administrativa. Poco tiempo después obtuvo una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para École Nacional de Chartres de París, donde desarrolló un trabajo de investigación jurídica sobre las formas de la transmisión de la propiedad inmueble en las provincias de derecho consuetudinario. Allí redescubre España y crea un discurso en el que identifica el trágico destino nacional con el suyo particular.

A su regreso a España, dos años después, fue elegido secretario del Ateneo de Madrid e ingresó en el Partido Reformista que acaudillaba Melquíades Álvarez, pero fracasó como candidato a diputado. Probó otra vez y volvió a fracasar.

Aliadófilo en la I Guerra Mundial, viajó a Francia e Italia, pero sus artículos propagandísticos tropezaron con una realidad sorda y neutralista en España. Le impresionaron la sordidez de los hospitales y el dolor de los soldados.

Publicó en 1927 su novela El jardín de los frailes, en el cual no se advierten señales que hagan presumir su tremenda rotura con la tradición religiosa de su infancia, tratando con respeto, con afecto, a sus frailes agustinos. Solamente antes de irse de colegio, decide no confesarse. Al cabo de los años, en una visita accidental, manifiesta al padre Mariano: 

«–Desde el nacer, me acompaña un personaje, que no debe ser un ángel, rezongando de continuo, descontento de mí, como si yo pudiese darle mejor vida, sin acabar de decirme quién es ni qué pretende. Estoy, al cabo, aburrido de él. Matarlo sería un placer, y no puedo. Lo empujo con el pie, y se revuelve como Segismundo en la torre antes de soñar su reino. Es un monstruo. Sólo se me alcanza ponerlo en ridículo.
–Dios haga que escuches al monstruo y seas un día nuestro hijo pródigo», le responde el padre Mariano. Azaña no le contestó.

En 1928 dedica su drama La Corona a estas iniciales: «L. R. C.» En aquel carnaval, Azaña se disfraza de obispo y asiste a un baile en casa de unos amigos. Allí estaba también, disfrazada, la dueña de las iniciales. Azaña no le quitó ojo en toda la noche. La conocía desde niña, pero aquella noche le hizo un decisivo efecto, tanto es así que le dijo a un íntimo amigo: «Está preciosa, preciosa.»

El año 1929 Manuel Azaña se casaba católicamente en los Jerónimos de Madrid con la propietaria de aquellas iniciales: Lolita (Dolores) Rivas Cherif, a la que llevaba 20 años, y que era la hermana pequeña de su inseparable amigo y colaborador Cipriano Rivas Cherif, hombre mundano y de teatro que le animó a escribir.

Un año después fue elegido presidente del Ateneo de Madrid. Suscribió el Pacto de San Sebastián, formando parte del Comité Revolucionario que preparaba el advenimiento de la República.

En abril de 1931, el hundimiento de la monarquía lo catapulta al Gobierno Provisional como Ministro de Guerra. Su reforma militar, su severa y apabullante brillantez oratoria, la Ley de Congregaciones, la expulsión de los jesuitas y su tristemente célebre frase «España ha dejado de ser católica», afirmación realizada en las Cortes el 13 de octubre de 1931, lo convierten en ídolo de media España, «la Revelación de la República» en frase de su odiado Ortega, pero es ‘El ogro’, ‘Napoleón Verrugas’ y ‘Doña Manolita’ para la otra media. Dimite Alcalá Zamora y en octubre es Presidente del Gobierno. En 1932, el fracaso del alzamiento de Sanjurjo consolida su poder. Tal vez esperó lo mismo en julio de 1936 y fue al revés.

La matanza de Casas Viejas en 1933, cuando ya estaba muy desgastado por la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña que tuvo lugar en el año 1932, acaba con su bienio de poder. La derecha gana las elecciones de 1933 pero, en 1934, tras la entrada en el Gobierno de la CEDA, el partido más votado, la izquierda en Asturias y los nacionalistas catalanes se rebelan contra una república que consideran sólo suya. Azaña es detenido en Barcelona como cómplice y encarcelado. Pero el juicio lo convierte en mártir y le hace popular. Congrega multitudes con sus ‘Discursos en Campo Abierto’ como líder del Frente Popular y tras las elecciones de febrero de 1936 es de nuevo Presidente.

Los socialistas no quieren formar gobierno con él y el régimen se hunde. Desplaza ilegalmente a Alcalá Zamora como Presidente de la República y así le sorprende la Guerra Civil. En ella casi se limita a escribir sus ‘Memorias’ y ‘La Velada en Benicarló’, textos brillantísimos sobre la derrota republicana, pero prodigio de ocultación y negación de responsabilidades. Partidario de negociar con Franco, su último discurso es el de «las tres pes»: Paz, piedad y perdón.

El 14 de febrero de 1939 Azaña abandona el país. Le acompaña hasta la frontera francesa el presidente del Gobierno, doctor Juan Negrín, quien, una vez más, le pide regrese a Madrid, donde debe proseguirse la resistencia hasta que una guerra a escala europea saque a la República de la soledad en que se halla, proposición que Azaña rechaza tantas veces como se la hacen.

Pocos días después se instala en la Embajada de España en París, donde el embajador Marcelino Pascua, le acoge fríamente, ahorrándose toda clase de cortesías y amabilidades.

Tras la ocupación de Francia por los ejércitos de Hitler y después de no pocas vicisitudes, se instala en el hotel Du Midi de Montauban, donde fallece el 3 de noviembre de 1940. A su entierro asiste un reducido grupo de amigos y, al frente de ellos, el general Juan Fernández Saravia, que le venía acompañando desde que Azaña decidió huir de España.

El féretro que contenía sus restos mortales fue envuelto en la bandera de México, por estar prohibido en Francia el uso de la bandera republicana española.

Estudio efectuado por el propio Azaña sobre su carácter y su ser


Soberbio e ingenuo.– «No soy indulgente, no transijo, no perdono; tengo la soberbia fácil; tanta ingenuidad es inconciliable con la ironía.» «Antes que un vestigio lastimoso en la existencia de los demás, es preferible no ser nada.» Pródigo.– «Envidio el temple generoso de quien se gasta cotidianamente y no se preserva.» «A un personaje detesto: al que corre por sus carriles en la vida ondeando la bandera verde de la precaución.»
Duro.– «No tengo espíritu de sacrificio, ni humildad, ni el don de lágrimas.» «No me arriesgo a sufrir chafaduras en el amor propio.»
Pudoroso.– “Estoy contento de no haberme desolado nunca en público.»
Triste y solitario.– «Bípedo imaginativo, proyectista, propenso a la tristeza.» «Injuriar la vida, porque no es infinita, como la vaguedad de los deseos.» «Ente solitario, sin poner nada en sociedad.» «Soledad y desengaño, que viene de casta.» «Vida de un Robinsón, placer de un náufrago perdido en otra ínsula.»
Místico y nihilista.– «En nuestro día el sol nunca llega al cenit; desde el alba se barrunta la noche, la nada.» «Los hombres de casta manchega no aman la vida.» «Como los muertos, organizar la experiencia personal y saber la inutilidad de tener prisa.»
Rebelde.– «No estoy hecho a la obediencia. Sólo sabría mandar.» Sarcástico, humorista.– «Manejo el sarcasmo, pero me abstengo si la ocasión excede de mi gusto e interés propio, ni puede someterse a los altibajos del humor.»
Fondo pagano.– «Ser piadoso en la desgracia; menos que nunca.» «Exhausto de compasión.» «Ninguna originalidad en la vida religiosa.»

Los orígenes políticos
Los orígenes ideales de la República son mediatos, lejanos. Los políticos, inmediatos. Los políticos están justamente en el fenómeno de la Dictadura de Primo de Rivera.

«General Primo de Rivera –dice Azaña–, ¡gracias te sean dadas! Con la Dictadura, el régimen se lo jugó todo.»
«La revolución empezó el 13 de septiembre de 1923, con Primo de Rivera.»

El 13 de septiembre la monarquía se suicidó; no se culpe a nadie de su muerte. ¡Abajo los tiranos! Tristeza de español, indignación de hombre libre, éstos han sido los motores de nuestro espíritu revolucionario.

Programa de la República 
«La República tendrá que combatir con una mano, mientras edifica con la otra –dice Azaña con frase calcada de Mussolini. «La República será para todos los españoles, pero pensada y gobernada por los republicanos.» ¿Cuál es el programa de esa República? 1º. Expulsar la dinastía y establecer en España la libertad. 2º. Usar del poder republicano como instrumento para la transformación total del Estado español y el encauzamiento de una nueva sociedad española. ¿Cómo se transformará ese Estado español? «Solucionando estos tres problemas: 1). Autonomías locales. 2). El problema social en su forma más aguda, que es la reforma de la propiedad. 3). Este que llaman problema religioso, y que es, en rigor, la implantación del laicismo del Estado, con todas sus inevitables consecuencias.» ¿Cómo quedaría España una vez transformada así? He ahí el ideal político de Azaña. «Una democracia regida con humanidad.» ¿Método? «La tradición corregida por la razón.»

En esta síntesis está el programa –revolucionario, racionalizante, histórico– de Azaña.

Política, Gobierno, Partido, Jefatura
Para llevar todo ese programa a cabo había que tener un concepto muy claro de lo que es la política, de lo que es gobernar, de lo que es un partido, de lo que es un jefe. «La política consiste en realizar. La política se parece al arte en su creación. Una creación que se plasma en formas sacadas de nuestra inspiración, de nuestra sensibilidad y logrados por nuestra energía. La política es, pues, confianza en el esfuerzo, optimismo.» «El arte de gobierno no consiste en un saber cualquiera, sino en saber lo que se quiere y en saber hacer lo que se quiere.» «La fuerza de un partido no consiste en el número de adeptos, sino en la autoridad moral, que no se gana más que con sacrificios y con obras.» «Yo no soy jefe de nadie ni caudillo de nada, ni lo seré jamás…» «La mula, animal español por excelencia. Áspera, brava, testaruda, personalista. Pero ingenua, sóbria, seria. Acaba por tirar. Solo es variable el número de palos que necesita.» «Una mano de tal firmeza, de tal tino, de tal seguridad y energía que en un momento extirpe quirúrgicamente.» «No temáis que os llamen sectarios. Yo lo soy. Tengo la soberbia de ser, a mi modo, ardientemente sectario.» «La República, además de hacerse respetar, se hará temer.» «El entusiasmo en política sirve de poco. La obra de gobierno es toda serenidad, toda inteligencia, toda prudencia y tino en el manejo de los negocios públicos.» «Yo soy una espada tendida contra nadie.»

Estado y burocracia 
Las dos ideas fundamentales de Azaña sobre el Estado y sus servicios eran estas: 1). Que el Estado debe conquistar para sí los técnicos más competentes del país. 2). Que el Estado debe potenciar el sentido corporativo de sus servicios. «¿Qué ha perseguido el Estado con su desidia? ¿Matar en germen el espíritu corporativo y profesional? La intromisión de los paniaguados en los empleos es el mayor estorbo para todo progreso gremial. Y de clase, y, en definitiva, para el progreso de los servicios públicos.» «Es de interés primordial para los españoles el que el Estado acapare (en lo posible) los mejores ingenieros, los mejores médicos, los mejores letrados, disputándoselos a la industria privada y a las profesiones libres.» «Los técnicos deben supeditarse, sin embargo, a la política.»

Parlamento y Cortes 
«El centro de gravedad de la política de la República española está en el Parlamento.» «Lo regalo todo por trescientos diputados decididos.» «Una combinación desde el Partido Radical hasta los socialistas contaría con nuestras simpatías; pero una combinación republicana sin los socialistas, también.» «Las Cortes tienen que disolverse alguna vez; cuando hayan concluido su obra o cuando la experiencia haya probado que no es posible mantener en pie con mayoría parlamentaria un Gobierno estable. Ante, no.» «La obra de las Cortes debe ser ésta: 1). Obra constitucional; 2). Reforma agraria, y 3). Presupuesto.» «Tal vez otro problema: el de la Federación española.»

Azaña y su visión de España

La España inmortal
«España es anterior a su unidad. España es inmortal y no está pendiente de este o del otro arreglo administrativo, sino del corazón, de la inteligencia de los españoles que sepan escribir su nombre en la historia de la cultura universal.»

La España inmanente o la tradición genuina 
«El carácter, el genio propio de un pueblo se descubre en el triunfo y en la derrota.» «Tan puramente se manifiesta lo español en una política gobernada por familias extranjeras como en la defensa del suelo nativo o en la administración de un concejo.» «Toda la Historia de España es cierta.» «Yo soy el español más tradicionalista que hay en la Península.» «Mis caracteres de español no descastado, no desarraigado.» «El toque está en participar de una tradición y esforzarse a restaurarla; en asumir el encargo a que estoy prometido.» «El ser español reside en las artes, que no en obras políticas.» «Subir a lo universal y genérico.» «La hispanidad genuina resulta del trazo marcado por nuestra existencia en el tiempo. No hay otra hispanidad.» «Unos y otros (liberales y conservadores) se acomodan a una manera de ser común. Sólo son opuestas, incompatibles, sus opiniones.»

No hay raza española
«De alma y de sangre somos mestizos, sin remedio.» «Los españoles no somos una raza.» «La mula (o híbrido), animal español por excelencia, más típicamente español que el toro, es la bestia que mejor cuadra a sus compatriotas nacionales, mirados como carga transportable.»

Unidad, diversidad
 «Hay una unidad interior española y hay una diversidad histórica española.» «Los Austrias respetaron más la diversidad. El asimilismo es cosa francesa, borbónica.» «En todo lo que verdaderamente nos une como españoles, la condición de tal no depende de que el Estado sea unitario, federal o autonomista. Pues si la condición de español dependiera del régimen político, todo lo que hacemos sería absurdo y monstruoso.» «La Península española es una cuadriga cuyos caballos hay que lanzar a una carrera sin límites.»

Nacionalista, ambicioso 
«Fundar sobre la roca viva del carácter español que haga pasar a un capítulo secundario lo que otros nos dejaron.» «Mirando a la obra del pasado, para estudiar en la obra de nuestros antecesores qué resortes podían ponerse en juego para hacer cosas tan grandes como las que hicieron al servicio de su ideal.» «Para una política mezquina, para una política de tapiales y barbechos, que no se cuente conmigo. Yo soy un hombre ambicioso (espíritu deportivo). Lo que me interesa es renovar la historia de España, obstruida desde hace siglos (desde el perecimiento de las libertades comuneras). Que la nación española se ponga de nuevo en pie.» «Lo fácil no se ha hecho para mí.» «Quiero hacer del pueblo español una nación grande.»

Azaña causante de la tragedia

 

Entresacamos de unas Notas publicadas en la revista bimestral de pensamiento Razón Española (mayo-junio 1997) debidas a José Antonio Cepeda, lo siguiente:

– Es difícil concebir que alguien, medianamente dotado y enterado, trate hoy de considerar como ejemplar al causante de la tragedia que ensangrentó a nuestra Patria entre 1936 y 1939.

– Azaña fue el que radicalizó al enfrentamiento de dos Españas. Su desprecio a los demás le llevó a suponer que no existían compatriotas que pensaban y sentían de una manera distinta a él, y por tanto, con pleno derecho a participar en la política.

– Comenzó a hundir a la II República el 10 de mayo de 1931 al impedir que las fuerzas de Orden Público y los bomberos actuasen con legal energía contra los energúmenos incendiarios de iglesias, conventos y centros de enseñanza de religiosos. “Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano”.

– El desdén de Azaña, en el que existía un componente de cobardía, entrañaba una carencia absoluta de virtud política. Antes del 14 de abril estuvo cuatro meses oculto.

– Cometió un delito de alta traición en octubre de 1934, al guardar un significativo silencio, corriendo a refugiarse en Barcelona.

– Tras la vergonzosa actuación de las Fuerzas de Orden Público en Casas Viejas, en pleno gobierno de Azaña, Diego Martínez Barrio, grado 33 de la masonería, proclama en el Congreso: «¿Cómo podremos presentarnos ante la consideración de propios y extraños haciendo ostentación de haber implantado un régimen que es ludibrio, bochorno, vergüenza, lágrimas y sangre».

Luca de Tena escribió acertadamente que: «Manuel Azaña no fue solamente uno de los más nefastos políticos que ha tenido España, sino uno de los más torpes».

Manuel Azaña hundió a su Gobierno, hundió a la República, y hundió a España. Fue el responsable directo de todo lo más repugnante que sucedió en España desde 1931 a 1939. 

Eduardo Palomar Baró

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