martes, 22 de abril de 2014

EDUARDO PALOMAR BARÓ: 2 de abril de 1954: Llegada a Barcelona de los cautivos de la División Azul

Semiramis

A las cinco de la tarde del 2 de abril de 1954, entraba por la bocana del puerto de Barcelona el buque “Semíramis”, que enarbolando la bandera de la Cruz Roja, llevaba a bordo 248 combatientes de la División Azul, prisioneros en Rusia desde el final de la II Guerra Mundial. Las escenas que se vivieron en el puerto de la Ciudad Condal y aledaños, merecieron el calificativo de indescriptibles. Estallidos de cohetes, clamor de sirenas, compases de música militar, voces de júbilo, gente que subía a la cubierta escalando por las maromas, madres que volvían a ver a los hijos que creían muertos, desvanecimientos, lágrimas y muchas sonrisas. La emoción embargaba a los que aguardaban a aquellos héroes que regresaban a la Patria tras más de diez años de cautiverio y penalidades sufridos en la URSS.

La montaña de Montjuich, a lo lejos y en lo alto, se veía cuajada también de gente, así como la estatua de Colón, a la que se habían encaramado los más arriesgados.

A raíz de la muerte del mayor asesino de la historia, el sanguinario dictador Stalin, acaecida el 5 de marzo de 1953, se produjo un proceso de descongelación en la dura costra del régimen soviético y uno de los síntomas de este proceso fue la negociación que hizo posible el retorno de los voluntarios de la División Azul que aún quedaban presos en la URSS.

Desde que el “Semíramis”, fletado por la Cruz Roja francesa, zarpó de los muelles de Odessa, capital de la provincia de Ucrania a orillas del Mar Negro, el 27 de marzo de 1954, toda España estuvo pendiente durante seis días de este singular viaje de repatriación. En Estambul, y mediante una canoa, subieron a bordo del “Semíramis” un grupo de periodistas españoles, entre los que se encontraban Adolfo Prego de la Agencia Efe; Bartolomé Mostaza de “Ya” y “La Vanguardia Española”; Salvador López de la Torre de “Arriba”; José Luis Castillo Puche de “El Español” y Torcuato Luca de Tena de “ABC”. También lo hizo el embajador de España en Ankara, Alfonso Fiscowich, el cual fue recibido en el puesto de mando, los capitanes Oroquieta y Palacios, el teniente Rosaleny y el alférez Castillo. Se adelantó el más antiguo, que era Oroquieta y cuadrándose ante Alfonso Fiscowich, le dio un «sin novedad en el “Semíramis”, señor embajador», recordando aquel otro «sin novedad en el Alcázar, mi general» de Moscardó a Varela, en circunstancias igualmente alucinantes. El embajador, arrasados los ojos y con la voz quebrada les dijo: «Recibid el primer abrazo de España.»

Mientras navegaba el “Semíramis” por el Mediterráneo, la radio estuvo intercambiando emocionantes mensajes entre los recientemente liberados y sus familiares de España. Los soldados se apiñaban alrededor del receptor o bajo los altavoces que daban a cubierta para escuchar por Radio Nacional las emisiones de música regional que se emitían en su honor. A medida que se iban acercando a la Ciudad Condal, Radio Nacional de Barcelona anunció a los voluntarios que iban a escuchar las voces de los padres, los hijos, los hermanos que les esperaban en tierra. Aquellos hombretones se doblaban por la congoja y encorvados por los sollozos, al reconocer la voz de los suyos.

Presos en Rusia


Varios centenares de divisionarios españoles fueron hechos prisioneros en el frente ruso a lo largo de los años 1941-1944 y enviados a campos de concentración, tales como Borovichi, Jarkov, Rewda, Vorochilogrado. El cautiverio fue largo, pasando una espantosa miseria, hambre y un frío que llegaba a congelar sus cuerpos, todo ello agravado por un trato tan duro e inhumano que muchos de ellos dejaron sus vidas en esos campos rusos.

El magnífico comportamiento de los supervivientes, fue reconocido por sus propios guardianes, que se maravillaban de la gallardía, del aguante y de la indestructible fe de estos valientes soldados españoles. Los que regresaron en el “Semíramis” eran la quintaesencia de la lealtad, la estampa misma del honor, el símbolo del más difícil heroísmo. Y al frente de ellos, un hombre de alta estatura física y moral: el capitán Teodoro Palacios Cueto, que por dos veces fue condenado a 25 años de reclusión, con la rara fortuna de que estas condenas, que hubieran sido de muerte, le fueron impuestas durante los quince meses escasos que Rusia tuvo abolida la pena capital. El capitán Palacios se convirtió en jefe natural de estos combatientes cautivos, defendiendo con tesón a sus compañeros ante las autoridades militares soviéticas. Conoció celda de castigo, el suplicio del hambre, las amenazas y el aislamiento. A este indomable santanderino de Potes, le fue concedida el 19 de noviembre de 1967 la Cruz Laureada de San Fernando: “Como resultado del expediente de juicio contradictorio al efecto y de conformidad con lo propuesto por la Asamblea de la Real Orden de San Fernando y por el Ministro del Ejército, S.E. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales se ha dignado conceder la Cruz Laureada de San Fernando, al capitán de Infantería don Teodoro Palacios Cueto por su heroica actuación en el combate librado el día 10 de febrero de 1943 en el sector de Krasnyboor, del frente ruso, para la defensa de la posición guarnecida por la Unidad de la División de Voluntarios que aquél mandaba”.

La llegada a Barcelona del “Semíramis” relatada por Torcuato Luca de Tena


En su libro “Embajador en el infierno”, Torcuato Luca de Tena narra la arribada del buque “Semíramis” al puerto de Barcelona.
«El “Semíramis” disminuyó la marcha, las hélices perdieron velocidad. La costa, radiante de sol, se perfilaba nítida y perfecta frente a nosotros. Minutos más tarde, Barcelona, engalanada y bellísima, estaba ya encima. La estatua de Colón, con su gran dedo apuntando al mar; las agujas de la Sagrada Familia, de Gaudí; el perfil de la catedral gótica; el palacio de la Exposición, iban siendo reconocidos por los repatriados catalanes, que lo explicaban, alborozados, a sus compañeros. Las gaviotas, en número incalculable, habían salido a nuestro encuentro y rodeaban el “Semíramis”, dándole, respetuosas, escolta de honor. Ellas fueron las primeras en llegar, pero tras ellas, a medida que nos acercábamos, vimos un mundo infinito de chalupas, piraguas, canoas, balandros, embarcaciones de todo tipo movidas a remo, a viento, o a motor que se acercaban a nosotros en santa misión de abordaje. Fue una hermosísima avalancha de voluntarios “embajadores de complemento” que se escaparon a España, y, probablemente, a las autoridades portuarias, como heraldos impacientes de la ciudad de Barcelona. Cuando al fin el buque dobló por la boca del puerto, era tal la multitud que ocupaba el malecón, las rocas, el muelle, los tejados, las terrazas, que no se veía la tierra bajo tan estupendo hormiguero.
Un tremendo alarido de la muchedumbre se confundió entonces con las salvas de los cohetes, el repicar de las campanas y el latido, más fuerte que todo, de nuestros propios corazones. Los soldados se colgaban de los cables, trepaban por los palos, paseaban a sus más íntimos a hombros, gritaban, saltaban, presas de entusiasmo frenético, de un delirio colectivo, colgados peligrosamente como racimos de frutas del punto del barco que estuviese más próximo a tierra. Hubo un momento de intenso peligro. El “Semíramis” avanzaba de costado; y lo que veían ahora los repatriados no eran ya la masa enfervorecida e informe sino las caras particulares, los rostros personales de los suyos. Los que querían tirarse al agua para ahorrarse esos segundos de espera, hubiesen sido aplastados por la masa del buque al chocar contra el malecón. Era necesario contenerles, y no era fácil. Lo que nadie pudo evitar es que, cuando el casco de la nave y el muelle se unieron, los soldados saltasen sobre la muchedumbre desde la baranda del buque sin esperar a que las escalerillas tendiesen un puente entre el pasado (que era el “Semíramis”) y el presente, que era la tierra firme».

La Vanguardia Española


En el diario barcelonés de su edición del sábado 3 de abril de 1954, se podía leer, con grandes caracteres: «Arriba a Barcelona el “Semíramis” con los españoles rescatados». «En el indescriptible recibimiento tributado a los repatriados, el Generalísimo estuvo representado por el ministro del Ejército». «Los heroicos excombatientes fueron recibidos por el pueblo barcelonés en masa, entre un clamor incesante de ovaciones y vítores a España y al Caudillo». A continuación publicaba el siguiente artículo:
Una incomparable jornada patriótica
«¡Jornada magna, indescriptible, la que vivió ayer nuestra ciudad! ¡Jornada de la que nuestra generación podrá enorgullecerse ante las futuras porque en ella se envolvió el símbolo más cabal de la capacidad de Barcelona para el entusiasmo patriótico, para la vibración emotiva que suscitan los sublimes afectos familiares que fueron ayer materia prima de nuestro júbilo! ¿Cabrá aplicar a un acontecimiento tan incomparable, tan superior a todos los marcos y todos los cánones, la frase hecha de que no se recuerda precedente ni paralelo con qué confrontarlo? Porque, efectivamente, no hay memoria de que las calles de Barcelona hayan registrado una efusión popular tan calurosa y, al propio tiempo, tan sincera, tan auténtica, tan entrañable. Bien puede asegurarse que todo el pueblo de nuestra urbe sintió el retorno de los repatriados del «Semíramis» como si de sus propios hijos se tratase. Y natural es que ello fuera así, puesto que a Barcelona había cabido el honor y la obligación de representar en la bienvenida a España entera y de exteriorizar con sus ovaciones, con sus clamores, con sus lágrimas y con su alegría, los sentimientos que embargan a la nación toda al recuperar a un puñado de sus hijos. Toda Barcelona fue una gigantesca bandera nacional y toda Barcelona fue un blanco pañuelo de bienvenida desplegado al viento. El pueblo, el buen pueblo, el sano pueblo español, llenó las calles, poniendo en sus vítores, en sus cánticos, en sus comentarios, tal acento de cordialidad, de humanidad, de apasionamiento, ante la impar solemnidad, que bien puede afirmarse que la resonancia callejera ante el magnífico acontecimiento fue tan emotiva como el acontecimiento mismo.
En este calor se fundieron todos los ideales implicados en la colosal jornada: el amor a la Patria, el cariño familiar, la veneración por el Caudillo –autor directo del rescate de los cautivos–, la alegría del reencuentro con la tierra natal, el gozo del contacto con el cielo, con el sol y con el aire del país, y, en fin, el júbilo de volver a ver, en su puesto de mando, a la misma figura ejemplar que guio a la «División Azul» a su empresa de gloria y de riesgo: el insigne teniente general Muñoz Grandes, que, derrochó ayer los tesoros de humanidad, de bondad, de simpatía y de llaneza que laten en su alma española por debajo de la sobriedad escueta de lo castrense. Los repatriados de la «División Azul» se mostraban igualmente complacidos y honrados al recibir el abrazo de bienvenida que les daba el ministro secretario general del Movimiento, don Raimundo Fernández Cuesta, en quien la Falange encontró desde los años precursores uno de sus más eficaces y ardientes paladines. Los clamores de la multitud supieron hermanar todos estos sentimientos en el mismo tronar de los vítores y de las ovaciones. Buena prueba de la sinceridad de la acogida de Barcelona a los repatriados fue el tesón de nuestro pueblo en permanecer horas y horas en las calles, constituyendo unas masas humanas espesas y compactas, en espera de aplaudir y vitorear a los hermanos del «Semíramis»; el entusiasmo con que desafió riesgos e incomodidades encaramándose a los lugares más imprevisibles para contemplar mejor el curso de la solemnidad, la naturalidad con que tradujo a los términos más llanos y concretos unos sentimientos que en otros corazones se hubieran evaporado quizá en retóricas vagas.
A señalar, en párrafo propio, una particularidad que explica de manera definitiva el sentir de nuestra capital: en muchos talleres y despachos, los empleados no concurrieron por la tarde al trabajo. En otros, los trabajadores lo abandonaron a tiempo para correr, Ramblas abajo, a dar la bienvenida a los repatriados del «Semíramis». La laboriosa Barcelona se entregó ayer de corazón, como sabe hacerlo ese pueblo nuestro, concentrado y ejemplar, a la plenitud de una tarea patriótica que hizo enronquecer la voz en las gargantas encendidas de amor y vítores a España y a Franco. Los héroes tuvieron, verdaderamente, una recepción inigualable, triunfal, que escribió otra página indeleble de la historia barcelonesa. Una página de orgullo patriótico, de encendida satisfacción, de afirmación franquista y española. En volandas, alzados en alto por los corazones más que por los brazos ascendían hacia el centro, por las calles de nuestra ciudad españolísima, los españoles rescatados. Y un clamor inmenso, multitudinario que rugía ¡Viva Franco! y ¡Arriba España! decía al mundo, otra vez, cuál es el ideario y la voluntad de un pueblo enardecido».
Impresionante animación y entusiasmo en las calles barcelonesas
En las Ramblas, Puerta de la Paz y Paseos de Colón y de la Aduana
Desde la madrugada de ayer, se advertía en nuestras calles animación extraordinaria, precursora de la indescriptible jornada que vivió nuestra ciudad con motivo del retorno de los repatriados del «Semíramis». La alegría y el bullicio de las calles fueron creciendo incesantemente durante toda la mañana de ayer y al mediodía las inmediaciones del puerto estaban ya ocupadas por densa muchedumbre, que aguardaba con impaciencia la llegada del «Semíramis». A aquella hora todavía temprana millares de personas tomaron posiciones para asistir a la llegada de los repatriados españoles de Rusia. En la Puerta de la Paz el gentío formó una masa compacta que hubieron de contener fuerzas de orden público para que no se volcase materialmente sobre el puerto mismo, en su deseo de dar la bienvenida a los que regresan a su Patria. Será muy difícil encontrar precedentes de la inmensa masa humana que se aglomeró, fuera del recinto portuario, en el Paseo de la Aduana, Puerta de la Paz y todo a lo largo de la Rambla, formando un espeso cordón a ambos lados de la calzada. La multitud permaneció horas y horas en espera de la llegada de los repatriados y no se disolvió hasta que, bien entrada la noche, hubo pasado el último de los autocares que los conducían. Los grupos de nuestros compatriotas fueron acogidos con clamorosos aplausos y vítores patrióticos, a los que contestaban con las gargantas roncas de emoción, creando un cuadro conmovedor que dejará recuerdo imborrable en cuantos lo presenciaron.
Brillantísimo aspecto del puerto
Las barcas de pesca, grandes y pequeñas, las «Gaviotas», «Sirenas», «Palomas», y muchas embarcaciones de recreo, profusamente engalanadas, se vieron prontamente atestadas de público y salieron, unas tras otras, a la mar hasta tres millas fuera del puerto en espera del «Semíramis». Este apareció en el horizonte, por el lado de Levante, hacia las cuatro y diez minutos y seguidamente se corrió la voz de su próxima llegada por todo el ámbito del puerto. Impresionante animación y entusiasmo en las calles barcelonesas.
Una hora más tarde, al pasar el «Semíramis», cerca de las embarcaciones que le aguardaban en la rada éstas le rodearon seguidamente y le dieron escolta, entre gritos de entusiasmo de la multitud y los saludos emocionados de los repatriados que, desde las cubiertas del buque no se cansaban de agitar los brazos en ademanes cariñosos y efusivos, cambiándose incesantemente palabras que la emoción cortaba las más de las veces.
Los buques surtos en el puerto permanecieron, también, engalanados durante todo el día hasta el ocaso, con banderas y gallardetes, como en las grandes solemnidades y, en muchos de ellos, se permitió subir a la multitud que deseaba contemplar de cerca el paso del buque monroviano que ha devuelto a la Patria a esta pléyade de jóvenes heroicos.
La multitud en Montjuich
Un aspecto digno de observarse fue el que ofreció Montjuich. Desde la montaña una verdadera multitud siguió los incidentes del desembarco de los repatriados. Buena atalaya para observar, mucha gente se dirigió ya temprano hacia los paseos y la explanada de la cúspide con el fin de ocupar unos puestos que, aun a pesar de la buena voluntad puesta por hacer sitio a los que iban llegando, escasearon bien pronto. Desde la montaña un murmullo constante descendió por sus laderas, oyéndose continuos vítores a España, al Ejército y al Generalísimo.
Los que no pudieron encontrar sitio en la parte de la explanada ni en los paseos, se fueron situando por los senderos y los vericuetos, empleando incluso los árboles en muchos casos como buen puesto de observación. La montaña de Montjuich ornada con un constante flamear de pañuelos constituyó ayer un espectáculo de primer orden. Es más, no tememos caer en excesivo entusiasmo si afirmamos que en pocas ocasiones había presenciado Barcelona una jornada tal. Los paseos que a la cúspide conducían estaban, asimismo, repletos de automóviles y camiones provocando verdaderos atascos en la circulación.
Asimismo numerosas pancartas destacaban sus inscripciones sobre el fondo obscuro que formaba la masa humana y los accidentes del mismo monte. Desde allí se veía a la muchedumbre que rodeaba el puerto formando una masa compacta sin soluciones de continuidad que sucedía una ovación a otra y que en la espera entonaba canciones e himnos militares.
Grandioso fue el espectáculo que ayer ofreció Montjuich. Miles y miles de personas asistieron desde sus laderas a la gran jornada que vivió nuestra ciudad.
En la ciudad estuvo representada toda España. Canciones patrióticas
Desde las anteriores jornadas, utilizando todos los medios a su alcance, una gran multitud se desplazó a Barcelona para asistir a la llegada de. los repatriados españoles.
Tanto por tren como por carretera La afluencia fue extraordinaria, dando color al ámbito ciudadano.
Un gran número de camiones llegaron también de toda España como lo demostraban cumplidamente las numerosas pancartas que expresaban, en frases de bienvenida, la adhesión de todas las provincias hacia los hijos que regresaban. Asimismo iban todos estos vehículos, desde los que los ocupantes entonaban himnos y canciones patrióticas, engalanaos con multitud de banderas con los colores nacionales y del Movimiento. En muchos de estos vehículos se trasladaron hasta el puerto comisiones de Falange, entre cuyos miembros se encontraban antiguos combatientes de la División Azul en Rusia.
Según declaraciones del teniente coronel Riera, que ya anticipamos, pueden calcularse en más de mil familias las que llegaron del exterior para recibir a los repatriados españoles. La afluencia fue asimismo extraordinaria en los centros oficiales, en donde se desarrolló un intensísimo trabajo para atender peticiones de informes y hacerse cargo de los encargos que para los repatriados llegaban, tanto personalmente como empleando todos los medios de comunicación.
La vida y la muerte en los campos rusos de prisioneros
Incluso los refugiados comunistas se sienten incómodos en Rusia. Al campo de Karaganda, donde trabajaban los prisioneros españoles, se acercó un día un hombre derrotado y harapiento. Era un gallego. Quería que le dejaran, entrar y unirse a la suerte de sus compatriotas. Los guardias rusos se oponen. El insiste con lágrimas en los ojos:
–Déjenme quedar aquí entre los míos y morir con ellos. Estoy cansado de sufrir.
El trabajo en los campos de prisioneros de Rusia es duro y agotador. La política de explotación humana consiste en prolongar el sufrimiento moral hasta un límite en que la voluntad se desmorona y el espíritu se entrega a la desilusión y la desesperanza. Hay sobre este punto un refrán ruso muy expresivo, cuya traducción –quitada toda referencia grosera– puede ser ésta: “No te dejaremos morir hasta no exprimirte la última gota de sudor”.
A los prisioneros se los clasifica por categorías: primera, segunda, tercera, etc. Conforme rindan más o menos trabajo.
Y como tales se les contrata para los “koljoses” o granjas colectivas. A cada categoría de prisioneros corresponde una norma. La norma es la cantidad de trabajo que se le asigna a cada trabajador por jornada. Cuando el jefe de una granja iba a un campo a contratar prisioneros, la operación –dicen nuestros repatriados– tenía el aire de una compraventa de ganado de labor. El contratante, después de ojear a cada prisionero de la fila, le palpaba el glúteo y si estaba duro, se lo llevaba a trabajar por el precio fijado. A veces, ese precio le parecía excesivo y chalaneaba sobre él, hasta rebajarlo. El jefe del campo hacía el oficio de dueño de reses. En los campos de trabajo no hay más que una causa para quedarse en la barraca: tener 37º grados y medio de fiebre. Pero a veces, aun con 38 grados sé les ha obligado a trabajar. Al teniente Melero se le forzó a salir al campo con 38 grados y medio. La misma noche que lo llevaron al hospital, con las fuerzas ya agotadas, murió distrófico y tuberculoso. Era un bravo muchacho de Córdoba, del que sus camaradas hablan con triste recuerdo, lamentando su muerte. Había caído herido en el combate en que le cogieron prisionero. Entre un soldado y otro oficial de la misma compañía, pudieron llevarlo hasta una ambulancia. Los rusos lo curaron sin mucha pericia y acabó agarrando una tisis. Ese hombrón de casi dos metros se enternece y emociona al referirlo.
No fue mejor la suerte del sargento Blanco. Molido a palos por un cómitre desalmado en Cheropovief, cayó muerto en la misma puerta de los barracones, cuando volvía del tajo.
Toda la economía soviética descansa sobre el sistema de los campos de concentración y trabajo. Sin esos millones de esclavos, la indolencia del pueblo ruso hubiera sido incapaz de recuperarse de los destrozos de la guerra. Cualquier hombre, aun enfermo, es un número que puede aumentar la suma. Con heridas graves de guerra en un hombro, estuvo cinco meses trabajando un divisionario español.
Hasta 1948 el trabajo de los prisioneros no tenía en Rusia remuneración alguna. A partir de esa fecha empezaron a pagarlo, a razón de 150 a 200 rublos por mes, según la categoría del prisionero y la “norma” que éste rindiera. Para ganar en mano esas cifras, el prisionero tenía que producir el equivalente de 800 rublos. Si no llegaba a ese tope, se le negaba toda retribución o se le descontaba la cantidad necesaria para alcanzarlo. Con los rublos de margen, el prisionero compraba alimentos para completar su deficiente ración alimenticia. Las cantinas del campo le vendían pan, margarina, tabaco. Hay que reconocer que los españoles, en general, aguantaran con más coraje que otros prisioneros. Ya les decían los rusos: “Sois duros y valientes, aunque levantiscos”. Los italianos y rumanos morían a chorro. Se dejaban ganar de la melancolía, y entre el hambre y el tifus acababa la partida. De 120.000 prisioneros italianos, sólo han vuelto 8.000 aproximadamente. Hubo épocas en que la mortandad alcanzó cifras aterradoras. Allá por los años de 1942 a 1943 los campos de trabajo eran verdaderos cementerios. En el de Spaska morían 30 internados diarios, de un total de 1.200. Uno de nuestros repatriados advirtió una mañana, con verdadero horror, que de los veinte camaradas de la ‘barraca’ que se habían acostado, sólo él despertaba con vida. Para ser verdaderos, hay que decir que la suerte de los rusos en aquel entonces era parecida a la de los internados.
Últimamente, la vida en los campos se había suavizado algún tanto, sobre todo a partir de 1952. Con la muerte de Stalin se acentuó el cambio a mejor. Se les ponía cine tres veces al mes a los prisioneros. Un cine soso y de mera propaganda política. Las películas rusas adolecen de monotonía y rigidez en los argumentos. Fatigan y apenas tienen calidad estética. No se permite en ellas, sino raramente, desarrollar temas amorosos. Nada de besos ni de mujeres más que menos desvestidas. El tema casi único del cine ruso lo constituye la vida del trabajo. Los protagonistas suelen ser .obreros que hacen “estajanovisrno”. Abundan también los asuntos patrióticos. Los rusos son fanáticamente patrioteros y exagerados en su devoción por el país. Lo suyo es lo mejor siempre, y no toleran crítica alguna, al respecto.
Pero entre los ex combatientes soviéticos hay gran desilusión y descontento. A la mayoría se los han llevado a campos de trabajo al interior de la vasta Siberia, para desintoxicarlos de occidentalismo. Los mutilados andan errabundos a la mendicidad por plazas y estaciones de las ciudades. Entre los militares y la policía existe tirantez. No se pueden sufrir mutuamente. Existe gran diferencia, –dicen unánimemente nuestros repatriados– entre el estilo de la policía y el estilo del ejército en sus actuaciones. La policía es implacablemente dura y cruel. El ejército se atiene a normas más equitativas y educadas. Algunos jefes militares han mostrado personalmente su admiración por nuestros oficiales.
Se supone que habrá en Rusia unos 40 millones de prisioneros, o trabajadores forzosos en cientos de campos. Nueve millones de mujeres, doce de penados políticos, diecinueve de delincuentes comunes. La población de los Países Bálticos, incluso los niños, ha sido trasplantada a Siberia, y a otras remotas comarcas. Si ahora se celebrara un plebiscito en Estonia, Letonia o Lituana, el resultado quizá sería favorable a Rusia, pero los votantes no son indígenas, sino forasteros. Allá por la desembocadura del Yenisey, han visto nuestros compatriotas, avanzar largas filas de muchachas bálticas.
Con los prisioneros y forzados ha reconstruido Rusia, sus ciudades, ha tendido sus vías férreas, ha abierto sus carreteras. Y explota sus minas, embalsa sus pantanos, realiza sus regadíos y lleva sus canales a la avidez de los campos. En las mismas fábricas pululan las colmenas de hombres sujetos a trabajar para el Estado soviético. Sin ellos se desmoronaría el poderío del Kremlin. — Bartolomé Mostaza. (Enviado especial de La Vanguardia Española).
Después del desembarco los cautivos fueron a la Basílica de la Merced
Más tarde, la comitiva se dirigió a la Basílica de la Merced, para postrarse de rodillas ante la Virgen, Patrona de los cautivos, sobre las mismas losas en que se arrodilló Miguel de Cervantes y Saavedra, al ser liberado de sus cadenas.
Inolvidable efeméride de ahora hace 60 años...
Eduardo Palomar Baró

domingo, 6 de abril de 2014

EDUARDO PALOMAR BARÓ: A los 75 años de la muerte de Joaquín García Morato

García Morato (Foto de Jalón Ángel)

El gran “As” de la aviación española, Joaquín García Morato, inicialmente ingresó en la Academia Militar de Toledo, para después ser destinado a Marruecos como teniente en un regimiento de Infantería. A la edad de 20 años ingresó en la aviación y tomó parte activa en las luchas finales de la campaña de Marruecos. Fue derribado dos veces por fuego de tierra, escapando ileso.

Deseoso de permanecer en África una vez firmada la paz, solicitó ser trasladado a la base de hidroaviones de Melilla. Haciendo una acrobacia muy arriesgada, se estrelló en el mar, rompiéndose varios huesos y estando a punto de ahogarse. De resultas de este accidente tuvo que permanecer un año en el hospital de Carabanchel.

Una vez recuperado, se incorporó a una escuadrilla con base en Getafe. Poco tiempo después fue destinado a la Escuela de Aviación en calidad de instructor. Se distinguió por el gran conocimiento que adquirió del vuelo sin visibilidad y empezó a practicar vuelo acrobático en el que pronto fue un maestro.

Posteriormente se le nombró instructor de tácticas de combate, cosa que habría de serle muy útil en las jornadas de la Guerra Civil española.

García Morato en la Guerra Civil


La primera acción de guerra la llevó a cabo el 3 de agosto de 1936, pilotando un anticuado aparato de caza ‘Nieuport-52’, saliendo de Sevilla hacia el frente de Córdoba, donde la línea de trincheras de los nacionales estaba a unos cinco kilómetros al este de Córdoba. Comprobó un fuego intenso de artillería, localizando la batería que pertenecía a los rojos, y que estaba atacando a los camaradas de tierra de García Morato. Entonces ‘picó’ hacia las cuatro piezas, con el motor completamente abierto, a la vez que hacía fuego con sus dos ametralladoras. Los soldados rojos aterrorizados se echaban a tierra, abandonándolo todo. Realizó otras dos pasadas, descubriendo el puesto de mando en una depresión del terreno, dedicando sus últimas municiones hacia los tres hombres que se encontraban en dicho puesto, a los que vio caer.

Voló de regreso hacia la base para cargar gasolina y municiones, volviendo al sitio en el que tuvo lugar el ataque, pero la batería había desaparecido. Sin duda fue trasladada rápidamente, durante la ausencia de Morato. Su primer servicio había sido coronado por el éxito.

Aquella noche las radios rojas transmitieron una nota comunicando la muerte del capitán de las baterías, “uno de los mejores de aquel frente”, a causa de las balas de un avión ‘fascista’.

Cuando se disponía el vuelo de vuelta a la base, descubrió cinco puntos negros sobre el horizonte. Eran tres aparatos ligeros de bombardeo y dos de caza, que se dirigían hacia Córdoba, para repetir sus ataques aéreos de días pasados, a una ciudad sin defensa y que ya había sido víctima fácil para sus bombas. Cuando Morato se aproximaba a ellos, los frentepopulistas indudablemente sorprendidos al encontrar resistencia en un sitio que ellos creían sin defensa, rehusaron el encuentro, dando la vuelta hacia sus líneas. La sola presencia del aeroplano de Morato, evitó a la ciudad el horror que supone los bombardeos sobre poblaciones civiles.

El día 12 de agosto de 1936, obtiene su primera victoria al derribar un bombardero ‘Vickers Vildebeest’, sobre Antequera. Al estar disponibles los biplanos ‘Heinkel He-51’, García Morato es uno de los primeros aviadores españoles que los pilotó. El 18 de agosto derribó un ‘Potez 54’ y un ‘Nieuport N-52’, volando en el ‘He-51’. El 2 de septiembre abate otro ‘Nieuport’.

Al llegar a España los cazas italianos ‘Fiat CR-32’ fue el primer piloto nacional en probarlos, al ser destinado a una de las unidades italianas. El 11 de septiembre obtiene su quinta victoria y primera con el ‘Fiat CR-32’, logrando tres más al finalizar el mes. En octubre derriba otros tres aparatos y en noviembre, sobre Madrid entabla combate con aviones de fabricación rusa, ‘Polikarpov I-15’ “Chato”, derribando tres de ellos y a un ‘Potez-54’.

En diciembre de 1936, la aviación Nacional dispone ya de suficientes ‘Fiat’ para hacer un grupo independiente y cuyo mando recae en García Morato. Con Bermúdez de Castro y Julio Salvador Díaz-Benjumea, formó el embrión de la primera escuadrilla de caza española que luego, a través de toda la contienda, habría de crecer continuamente en número, fuerza, eficacia y combatividad. Su emblema era un círculo con tres aves dentro que volaban en formación de flecha: un halcón, que representaba a Morato, una avutarda a Bermúdez de Castro y un mirlo a Salvador. Las tres, pintadas en azul sobre fondo blanco. Pero no tenían lema. Y ese lema tuvo como origen un hecho gracioso y original. Un piloto muy joven y entusiasta, tenía decidido ingresar en la escuadrilla de García Morato, fuese como fuese, y no pasaba día sin que éste tuviera que escuchar sus ruegos. Con firmeza, pero también con paciencia lo rechazaba, explicándole que no había vacantes y que los ‘Fiat’ escaseaban. Para tratar de desilusionarle definitivamente le dijo en broma que si descubría el lema de la escuadrilla en el lapso de una semana le permitiría entrar en ella. El joven piloto interrogó a todos los oficiales de la base rogándoles encarecidamente que le confiaran el tan bien guardado secreto. Uno de ellos, sin duda con mucha guasa, le dijo que si le daba solemne palabra de honor de no decir nada a nadie, y menos a Morato, se lo descubriría. El oficial aceptó las condiciones. Pues bien -le contestó entonces en tono muy confidencial-, nuestro lema es “Vista, suerte y al toro”. Expresión bien conocida en el mundillo taurino. El piloto radiante de alegría, corrió a buscar a Morato y cuando lo encontró exclamó: “¡Mi capitán, ya sé su lema! «Vista, suerte y al toro». Ahora tendrá que cumplir su promesa”. Como es de suponer, Morato se quedó muy sorprendido, pero le gustó tanto que lo adoptó como lema de la escuadrilla y cumplió su promesa incorporando al piloto a su grupo.

Como ninguno de los tres componentes de la escuadrilla tenían miedo a la muerte, realizaban las cosas más increíbles. García Morato se convirtió en una especie de figura legendaria, tanto es así, que la prensa roja dio cuenta varias veces de su captura y de su muerte e incluso de su fusilamiento por las Fuerzas Nacionales...

Ayuda rusa a los rojos


El Gobierno rojo, que ante el acoso a Madrid de las tropas Nacionales huyó despavorido a Valencia, no estaba dispuesto a ceder el dominio del aire, para lo cual pidieron a sus amigos rusos que les enviaran un nuevo tipo de cazas, que se les denominó con el nombre vulgar de “Ratas” y otros con el de “Chatos”. Esos aviones fueron dotados de pilotos rusos, bien instruidos y de gran acometividad. García Morato y sus compañeros conocieron su presencia en el frente de Madrid, por la pérdida de un aparato Nacional, que fue derribado envuelto en llamas, pereciendo su piloto. Al conocer la trágica noticia, decidieron vengarle, despegando en dirección a Madrid la escuadrilla de Morato de nueve “Fiat”, en formación de combate, pasando a territorio enemigo, donde divisaron las siluetas de 13 de los nuevos cazas, que volaban hacia ellos, trabándose un tremendo combate sobre los tejados de Madrid. La primera baja fue un aparato Nacional, derribado por un caza rojo. El piloto se arrojó en paracaídas, pero las ametralladoras rojas de tierra abrieron fuego contra él, no llegando, con toda seguridad, vivo a tierra.

Las balas disparadas por Morato alcanzaron a un caza rojo, haciendo explosión en el aire, a pocos metros de su avión. Otro aparato de los rojos, envuelto en llamas cayó hacia el suelo. En los minutos siguientes, cuatro aparatos más cayeron, estrellándose contra el suelo. En vista del ‘éxito’, los que quedaron optaron por una ‘prudente’ retirada.

La temible Escuadrilla Azul


La Escuadrilla Azul pronto se convirtió en una unidad temida en todos los frentes, hasta el punto de que por un alumno de pilotos rojos de la escuela de Los Alcázares, que se evadió llegando a las líneas nacionales, se supo que el Gobierno de Valencia tenía dificultades para el reclutamiento de pilotos de caza.

El 28 de agosto de 1936, Morato voló como copiloto con Rudolf Freiherr von Moreau, para probar el ‘Junkers Ju-52’. A muy baja altura sobre Madrid, bombardearon la sede del Ministerio de la Guerra lanzando una bomba de 250 kilos, logrando un impacto directo en una de las esquinas del edificio en donde el Ministro de la Guerra, Juan Hernández Sarabia, y su plana mayor estaban reunidos derrumbándose una pared interior y cubriéndolos de yeso y cascotes.

Muere en combate Carlos de Haya, concuñado de Morato


Uno de los días más tristes de Joaquín García Morato, fue cuando se enteró de la muerte en acción de guerra de su concuñado, el también glorioso piloto, Carlos de Haya. Eso es lo que dejó escrito Morato:
Fue durante el mes de febrero cuando sufrí una de las más grandes penas de la guerra. Mi concuñado, Carlos de Haya, Capitán de nuestra Aviación, y como yo piloto de caza, perdía la vida en combate sobre el frente de Teruel. Carlos era definitivamente el número uno de la Aviación Española y nuestro más grande valor. Ya no tan sólo por el cariño que le tenía como pariente, amigo y compañero, sino por lo que su pérdida significaba para el futuro de nuestra Arma, la muerte del Capitán Haya fue golpe muy duro para mí. Muerto Carlos, no le quedaba a su viuda ni el consuelo único de poder ir a orar ante su tumba, ya que había caído en zona enemiga. Y fue entonces cuando, deseando proporcionarle este último consuelo, decidí enviar un mensaje a los aviadores de la otra zona, apelando a los sentimientos de hidalguía y caballerosidad que yo quería creer que en algunos de ellos todavía existían, aunque dormidos. Escribimos el mensaje en la Primera Brigada del Aire, dirigido a los Jefes de la Aviación roja, compañeros todos del arma del Capitán Haya, pidiéndole el cadáver del héroe para su viuda. Fue un mensaje lacónico, pero inspirado por los sentimientos de nobleza que nos animaban y recuerdo, iba redactado en estos términos:
"28 de febrero de 1938.
Carta abierta a los Coroneles Jefes de la Aviación Republicana, D. Ignacio Hidalgo de Cisneros y D. Antonio Camacho Benítez.
En el frente de Teruel, en las inmediaciones del Puerto de Escandón, ha caído en combate el Capitán Haya.
No me dirijo a los amigos de ayer ni a los enemigos de hoy; lo hago a vosotros, precisamente, por ser compañeros de Arma del finado.
Su mujer solicita su cadáver. Yo hago mía su petición, y si algún día nos encontramos en el aire, antes de comenzar la lucha os saludaré reconocido.
El Comandante de la Aviación Nacional
Joaquín García Morato".
Si este mensaje hubiera llegado a nuestras líneas, la caballerosidad, la hidalguía de nuestros hombres, le hubiese dado inmediatamente contestación satisfactoria. Yendo a ellos, ¿quién podía decir? Un día fueron caballeros; pero ahora...
Asumí sobre mí la responsabilidad de entregarlo en sitio donde yo tuviera certeza absoluta de que llegaría a manos de los Jefes a quienes iba dirigido. Y el día 28 de febrero, solo en mi ‘Fiat’, marché hacia la zona roja, en busca del Aeródromo de Almuriente. No encontré aviación enemiga en el camino ni nada que estorbase mi viaje. Finalmente, y ya sobre el Aeródromo, di una pasada casi rozando el suelo y dejé caer el mensaje en el centro del Aeródromo. Descubrí durante estos breves instantes tres “Ratas” enmascarados, y antes de que pudiesen reaccionar y elevarse para “castigar” mi audacia, ya había yo emprendido el vuelo de regreso hacia mi base, cumplida mi misión. Pocos momentos después me hallaba entre mis compañeros y esperábamos el resultado de mi gestión. Que el mensaje fue recibido, la prueba el hecho de que lo reprodujo la prensa roja y también lo dieron sus estaciones de radio. Pero nunca tuve contestación de ninguna clase. Los restos gloriosos de nuestro héroe quedaron en zona roja por el silencio de aquellos antiguos compañeros suyos, que ni aún, ante el ruego de una mujer, tuvieron un gesto de caballerosidad que pudiese en parte elevar su nivel espiritual.
[N. del A.] Carlos de Haya González asistía al entierro de su madre en Bilbao, cuando le avisaron del comienzo de la ofensiva republicana sobre Teruel. Se trasladó al frente, viajando toda la noche en tren. El 21 de febrero de 1938, despegó con su ‘Fiat CR-32’ para participar en la gran batalla aérea sobre Escandón. Agotado por el cansancio, estuvo a punto de colisionar con un “Chato” rojo, rebasándole en el último instante. El piloto populista, Vinyals, ametralló al ‘Fiat’ a muy corta distancia. Carlos de Haya murió al estrellarse contra el suelo enemigo. Con más de 300 servicios de guerra en los 19 meses que combatió, voló una media de 40 horas mensuales, promedio sólo superado ligeramente por Ángel Salas Larrazábal. Fue condecorado a título póstumo con la Laureada de San Fernando y la Medalla Militar.
García Morato con el general Kindelán, tras recibir la cruz Laureada de San Fernando

García Morato con el general Kindelán tras recibir la Laureada

La Cruz Laureada de San Fernando

 
La acción de guerra por la que le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando, la describía así el propio García Morato:        
La acción de guerra que siempre recordaré principalmente fue una en el frente de Madrid a causa de la cual se me concedió la Cruz Laureada de San Fernando.
El gran número de ‘Chatos’ y ‘Ratas’ importados por los rojos de Rusia habían podido dominar a nuestros bombarderos e incluso a nuestra caza. Es más: puede decirse que en aquel momento el enemigo tenía el dominio absoluto del aire en aquel frente. Las cosas habían llegado a aquel estado por la táctica equivocada del Oficial Jefe de nuestra Aviación de caza en aquel sector, poco apropiada para nuestra guerra, además de la inferioridad de número de aparatos que teníamos a nuestra disposición para oponer al gran número de aparatos de caza rojos. El Alto Mando ordenó a mi Escuadrilla Azul trasladarse al frente de Madrid, para ver que podíamos hacer nosotros para mejorar la situación. Hasta el momento de nuestra llegada nuestros aparatos de bombardeo habían sido derrotados en todos sus esfuerzos de cooperación con nuestra Infantería. Los cazas rojos les habían forzado constantemente a retroceder o les habían derribado. Y sólo veinticuatro horas después de la llegada de la Patrulla Azul al frente de Madrid comenzamos nuestro primer servicio.
Unos cuantos de nuestros aparatos de bombardeo, escoltados por 21 cazas y flanqueados por mi propia escuadrilla, entraron sobre territorio enemigo, sobre el cual tendríamos que celebrar la batalla que había de decidir quien era el que de allí en adelante iba a tener el dominio de los cielos. Apenas habíamos llegado al campo de batalla, cuando 36 cazas rojos comenzaron su ataque contra nuestros aparatos de bombardeo. Había llegado el momento de luchar: una lucha desesperada, de acuerdo; pero entonces nada nos parecía imposible. Los 21 cazas de nuestra Aviación parecían dudar. Junto con los otros dos aparatos de mi propia escuadrilla, ataqué a los 36 cazas rojos, colocándolos entre nuestros aparatos de bombardeo y ellos. Era una lucha de locos: tres contra 36. Por encima y por debajo, a derecha y a izquierda, no veía otra cosa que aparatos rojos. En realidad, tuve entonces el convencimiento de que aquella era la última batalla en la que tomaba parte. El Jefe de los 21 aparatos Nacionalistas, dándose cuenta de la dificultad de mi posición, y animado por el ejemplo de nuestro gesto, abandonó su situación de duda y ordenó a todo el grupo que se lanzara al ataque. Entonces las cosas se sucedieron con gran rapidez: uno, dos, tres, cuatro, cinco de los cazas rojos se estrellaron contra el suelo. Uno de nuestros camaradas caía envuelto en llamas; tres cazas rojos más siguieron la suerte de sus compañeros. El resto se decidió por una retirada rápida. Y nuestros aparatos de bombardeo, por primera vez después de mucho tiempo, pudieron llevar a cabo su misión de bombardeo de las posiciones enemigas que se les había encomendado. Al hacer cuentas, vimos que se habían derribado ocho aparatos rojos, con una pérdida por nuestra parte. En dos combates más, en los dos días siguientes, dejamos definitivamente establecido que era nuestro el control de los aires, control que hemos conservado desde entonces.
Como resultado de la intervención de la Escuadrilla Azul en aquel combate, se me concedió la Cruz Laureada de San Fernando, y a los otros dos pilotos, la Medalla Militar.
Esta acción tuvo lugar el 18 de febrero de 1937 en el frente del Jarama. Los dos pilotos que acompañaron a García Morato en esta heroica acción de guerra fueron Julio Salvador Díaz-Benjumea y Bermúdez de Castro, a los que les fueron concedidas la Medalla Militar Individual.

El 18 de abril de 1938 se celebró en el Aeródromo de Castejón la ceremonia de la imposición de la Laureada al Comandante Joaquín García Morato Castaño, presidida por el General Alfredo Kindelán Duany, y en presencia de los aviadores de su unidad y una representación del resto de unidades de la Aviación Nacional. El traslado a este aeródromo se hizo en autocar y por la noche se celebró una fiesta en el hotel San Ramón de Barbastro.

Caza ‘Fiat CR-32’


En este tipo de caza voló y combatió durante casi toda la contienda García Morato. Él mismo decía de su avión:
¡Cuánto te debo, mi fiel compañero de guerra! ¡El “3-51”! Con este número, el de orden que te ha correspondido encuadrado entre el anterior y posterior y precedido de otro caprichoso que indica tu estirpe o la familia a que perteneces, has pasado desde tu ingreso en las filas del Ejército del Aire como mi fiel e inseparable compañero de guerra.
Arrancado brutalmente de las entrañas de la tierra; sometido y tratado bajo el fuego infernal de los altos hornos; modelado y forjado por la mano del hombre, y orientada tu educación por el genio del ingeniero calculador, eres hoy, guiado por mí como piloto, mi vehículo alado sobre los frentes de batalla. Nadie mejor que tú sabes los esfuerzos que te he pedido, ni nadie mejor que yo los que has realizado. En algunas ocasiones, con resignación y dolor, has sacado fuerzas para devolverme al aeródromo de procedencia, aun con heridas graves, que después, con solicitud de madre, hemos sabido curarte. La retina de tus ojos conserva fases de combates llenos de emoción y cuadros trágicos de la guerra. Algunas veces has contemplado de cerca el cuadro del enemigo incendiado a pocos metros; otras, el paracaídas abierto sosteniendo un cuerpo humano que se salvaba; otras, la gente despavorida que se apeaba en marcha de los camiones, huyendo del incendio que tus lenguas de fuego provocaban; también he podido contemplar tu mirada, que se torcía para no perder de vista al que intentaba sorprenderte por la cola.
¡Cuánto contacto hemos tenido en los momentos más sublimes de la guerra! Eres, al parecer, material porque en silencio lo soportas todo; pero yo sé que no es sólo esto: en tu cuerpo se encierra un corazón fuerte y generoso; tu lenguaje, que yo comprendo, dice a cada momento lo que sientes; tus pulsaciones, reflejadas en tus indicadores de a bordo, acusan constantemente el trato que se te da, y recuerdo perfectamente las veces que de ti he abusado, porque con discreción, pero con fuerza, me has avisado y corregido... ¿Cuánto tiempo durará todo esto? No lo sé. Sólo me interesa el triunfo final de nuestra causa, y esa seguridad la tengo con convencimiento pleno. Entre tanto continuaremos volando en los cielos. Emoción, interés, aventura, tensión... Todavía sentimos algo que nos cosquillea a lo largo de la médula hasta que disparamos el primer tiro...
Guerra en el aire. El Grupo Azul continúa escribiendo su gloriosa hoja de servicios y de victorias en los aires. Y nuestro emblema continúa brillando bajo los rayos del sol, teniendo como fondo el profundo azul del cielo de España, diciendo al mundo que la supremacía y el dominio del aire pertenece a las alas de la España Nacional...

Características del ‘Fiat CR-32’ “Chirri”


Ninguno de los pilotos que durante la Guerra Civil Española combatieron con este aparato supo sacarle más partido que el Comandante Joaquín García Morato Castaño. A los mandos de su “Chirri” logró la mayoría de sus 40 victorias, aunque consiguió algunas con otros aparatos incluido el anticuado ‘He-51’, que la mayoría de los pilotos Nacionales consideraban un aparato muy difícil de manejar.

Pero sin duda la aureola legendaria que rodea sus hazañas le unen para siempre a este avión con el que consiguió tantas victorias y junto al que murió tres días después de acabar la guerra, mientras rodaba una película, al estrellarse al intentar hacer una difícil maniobra de aterrizaje, si bien no se sabe a ciencia cierta que es lo que verdaderamente pudo ocurrir. Pero desgraciadamente, fueron unos motivos suficientes para acabar con una vida heroica y gloriosa cual ninguna, privando a sus subordinados de un Jefe idolatrado, a la Aviación del mejor y más completo de sus pilotos y a España de uno de sus más preclaros hijos.

Datos Básicos:
 
País de origen: Italia. Fabricante: Fiat. Designación Fabricante: Fiat CR-32. Designación Ejército del Aire: C.1 Chirri. Dimensiones: Longitud: 7,45 metros. Envergadura: 9,50 metros. Altura: 2,63 metros. Superficie alas: 22,10 m². Peso: Vacío: 1.459 kg. Máx. al despegue: 1.900 kg. Motores: Lineal en V Fiat A 30 RA de 12 cilindros. Empuje: 600 CV. Velocidad: Máxima: 354 km/h. Crucero: 316 km/h. Autonomía: 780 km. Techo máximo: 7.700 m. Armamento: Dos ametralladoras Breda “Safat” de 12,7 mm sincronizadas, montadas sobre el capó y anguladas hacia arriba, con posibilidad de instalar sendas armas de 7,7 mm en cada plano inferior y con capacidad de transportar hasta 100 kg. de bombas. Primer vuelo: Año 1933. Entrada en servicio en España: Agosto de 1936.

Reseña:
Biplano de caza de gran robustez, muy maniobrero y con buena penetración en los picados. Elemento básico de los Cazas Nacionales durante la Guerra Civil, con un máximo de 19 escuadrillas en vuelo en agosto de 1938. Los aviones de serie poseían hélice de paso variable y podían llevar un aparato radiotransmisor, cámara vertical panorámica y afustes para bombas.

En la posguerra, Hispano Aviación en su factoría de Triana (Sevilla) construyó 100 aparatos, que denominó HA-132 L, y también reconstruyó algunos a partir de células procedentes de la Guerra Civil. Formaron en los Grupos 21, 22, 23, 28 y 29 y en la Escuela de Caza hasta el año 1953.
Con el ‘Fiat CR-32’, lograron más de diez derribos los laureados Joaquín García Morato y Manuel Vázquez Sagastizábal, los pilotos profesionales Ángel Salas Larrazábal, Julio Salvador Díaz-Benjumea, Miguel Guerrero García y Miguel García Pardo y los oficiales provisionales Arístides García-López Rengel, Joaquín Velasco Fernández Nespral y Carlos Bayo Alessandri

Artículo de Ricardo León a la muerte de García Morato


El 8 de abril de 1939, a los cuatro días del desgraciado accidente que ocasionó la muerte al heroico Comandante Joaquín García Morato, el diario “ABC” -secuestrado por los rojos y que Franco devolvió a sus antiguos dueños los Luca de Tena-, escribía Ricardo León, de la Real Academia Española, el siguiente artículo:
Las lágrimas del héroe
Sean para ti, García Morato, mis primeras palabras, balbucientes aún después del largo cautiverio. Sean para ti como una oración rota en sollozos, apagada en el sagrado estruendo de estas horas, trémula y cortante como saeta andaluza en los caminos de la eternidad. No pude yo, como otros españoles más felices, gozar de tu presencia en las jornadas heroicas, ni gustar del triunfo a la sombra de tus magníficas alas. Pero si no los días de plenitud y esplendor sobre las tierras y los cielos de España, compartimos el amargo cáliz de las horas de oscuridad y angustia, cuando aún no podía adivinarse ni en España ni en ti la súbita ascensión a las cumbres de vuestro sino histórico. Y esas horas de angustia y de tinieblas son las que quiero evocar aquí, porque sus rasgos íntimos revelan con mayor interés y hondura que los hechos públicos el alma del Hombre, tan en perfecta armonía con el semblante y las acciones del Héroe.
Fue en los primeros años de la República. De esa República sin Dios, sin Patria ni Autoridad, que había de morir tal como vivió: sumida en cienos y podres, ahogada en lágrimas y sangres, monstruo engendrado por el materialismo histórico merced a las cobardes complacencias de la hipocresía liberal.
Ya las primeras llamaradas de los incendios de mayo se nos metían por los ojos. Pero estaban ciegas las gentes. Como rapaces en las alegres candeladas, no conocían el terrible sentido de aquellas lenguas de fuego. Sólo unos pocos españoles “sabían” que estábamos en presencia de una revolución en marcha. De una revolución que desde el año 9 de este siglo venía minando todos los cimientos nacionales con las materias explosivas acumuladas en un proceso histórico más de dos veces secular. Frente a la ceguera, la estupidez o la fruición de las gentes; sobre la incapacidad, la inhibición o la impotencia de casi todos los hombres civiles, sólo unos pocos españoles, asistidos por la gracia de Dios y por la fuerza de sus muchas almas, una briosa y despierta juventud militar -con uniforme o sin él-, llamada por destino providente a encuadrar, bajo la espada y el genio del Caudillo, las futuras falanges españolas, “vio” con sagrada angustia lo presente y adivinó el porvenir y se dispuso a la batalla. Porque ellos solos “sabían” -esos varones inmaculados y videntes de la casta arcangélica de Franco, de García Morato y José Antonio- que el transigir con la revolución, el querer domar con halagos a la Bestia Roja era perder el alma echando carne a las fieras; que contra una revolución marxista, disfrazada con perendengues de farisaísmo liberal, no había, para salvar a España y al mundo, más remedio que otra revolución: la única santa y verdadera, la que tiene por ley los Evangelios y está sellada con la sangre del Redentor, de sus apóstoles y sus mártires.
Con palabras sencillas y valientes, henchidas de este espíritu de Cruzada tan español, tan católico y militar, le oí más de una vez a Morato maldecir las vilezas de aquellos días bochornosos y predecir los trances y las glorias de la nueva Epopeya nacional. Y un día, juntos los dos, iluminados por un relámpago de emoción patriótica y viril, se le mudó de súbito el semblante, aquel rostro suyo, tan franco y juvenil; aquella su sonrisa, dulce y triste; aquella su mirada, todavía más dulce y melancólica entonces; su figura toda, llena siempre de sobriedad y llaneza, de energía frenada, de íntimo hervor y cortesía militar. Y vi que de repente le saltaban las lágrimas de los ojos, sin que tratase de esconderlas ni de apartarlas de las mías. Porque aquellas lágrimas suyas, limpias de toda flaqueza, testimonios de plenitud espiritual, eran las lágrimas del Héroe, tan semejantes a las de Hernán Cortés en la Noche Triste; a las del Cid cuando el formidable Campeador, en vísperas de sus hazañas hercúleas, rompe en fuertes sollozos ante su hogar desamparado, con los postigos abiertos, las alcándaras sin azores, todo ya en ruina y soledad... Así este nuevo Cid español, que había hecho cabalgadura y tizona de los más nuevos y sutiles ingenios del Aire; así este nuevo dominador de imperios estelares supo ofrecer a Dios el cáliz de amargura en vísperas de darse a Él y a la salvación de los hombres...
Ello fue entre los encinares de la Sierra, allí donde otro español, sin otras armas que una pluma de acero, pequeñita y civil, pero movida por la firme vocación de su abolengo militar, sentó sus pobres reales con la intención de labrarse allí su pequeño Escorial, no lejos del monasterio del gran rey. Fue aquel retiro apacible (donde los rojos habían luego de cebarse en los pedazos más sensibles de mi carne y mi alma) testigo de las íntimas horas en que, juntas nuestras familias, abrió Morato su corazón y con él la fuente de las lágrimas.
No osaré transcribir lo que entonces dijo, aunque lo recuerdo muy bien, pues eran cosas para guardarlas muy adentro, con reserva por hoy, pero jamás para olvidarlas. Fue, ante todo, el vaticinio más claro y sustancial de cuanto en España, en mal y en bien, ha sucedido en aquellos años de vergüenza y en estos otros de gloria. Y fue, sobre todo, la promesa, la afirmación rotunda y conmovida de no apartarse jamás del puesto de servicio, de sufrimiento y de choque; de poner su vida, su dolor, su arte, su alma y su cuerpo, en fin, a todas las torturas y las pruebas, a todos los sacrificios imaginables por la España de Dios y de la Inmaculada...
Profesión de fe del caballero cristiano y español a la manera de nuestros Grandes Capitanes. Palabras dichas sin énfasis, con absoluta espontaneidad y sencillez, sobrias y humildes con ser tan altas y hervorosas, rubricadas luego muchas veces por los giros maravillosos de su avión al ras de los árboles del jardín, sobre nuestras frentes, dándonos gritos jubilosos, casi al alcance de nuestras manos, por encima de los pañuelos y las banderas al aire. Saltos y giros de renovada emoción, como si ensayase allí los vuelos victoriosos con que había de resplandecer en el cielo, tal como la figura del Arcángel defensor del orden divino y exterminador de los ejércitos del caos...
Envío: Mi pobre oración a Málaga, donde reposa mi madre, tierra bendita, que abraza también la figura corporal del Héroe, vaso de pura y noble arcilla, nunca tocado del enemigo en las batallas de Dios, vacío ya del alma grande y elegida, señora de la muerte, que, acaso por ser tan grande y deseosa, rompió su frágil relicario por el ansia de subir cielos arriba y tender las alas gloriosas en la eternidad.
Y ya que el día feliz de la victoria no me fue concedido estrecharle junto a mi corazón, vayan mis brazos al hogar donde un sabio y un santo, el doctor Gálvez, apóstol de la ciencia y de la fe, sabrá ofrecerle a Dios y a España este dolor tan suyo, doble y sumo dolor de sus dos hijas, viudas hoy de estos héroes de la Aviación española: el capitán Haya y el comandante Morato.
Doctor Gálvez, amigo de mi alma: tú, que tanto hiciste también por nuestra España católica; tú, que sufriste persecuciones y ultrajes del enemigo común precisamente por tus altos méritos científicos y más todavía por tu caridad cristiana, habías de padecer también esta otra inmensa tribulación: la de tus hijas y tus nietos, enlutados ahora cuando todo es gozo y exaltación de primavera y luz de rutilante amanecer en nuestra España. Nunca estuve más ceca de vosotros que ahora, cuando, aún ausentes, nos junta el dolor, un dolor entrañable que, por español y cristiano, sabe también del gozo espiritual de sufrir por Dios y por la Patria, de haber sellado con lágrimas y con sangre las páginas nuevas de la Historia, la salvación de la Cristiandad en la Cruzada de Franco...
[N. del A.] Ricardo León. Nació en Barcelona en 1877. Novelista y poeta. En su extensa producción, inspirada en la tradición española, estableció un puente directo entre el Realismo de Galdós o Clarín y la novela de la primera mitad del siglo XX. Entre sus principales obras figuran las novelas “El Amor de los Amores” (1907); “Casta de hidalgos” (1908) con la que se convirtió en uno de los autores de mayor audiencia; “Alcalá de los Zegríes” (1909); “La escuela de los sofistas” (1910); “Humos de rey” (1923) y “Cristo en los infiernos” (1941). También escribió unas crónicas tituladas “Europa trágica” y dos libros de poesía lírica: “Lira de bronce” (1910) y “Alivio de caminantes” (1911). Desde 1912 perteneció a la Real Academia de la Lengua. Murió en Torrelodones (Madrid), en el año 1943.

Manuel Aznar Zubigaray escribió un artículo en el diario “España” de Tánger
El periodista, escritor y más tarde diplomático, embajador, presidente de la Agencia EFE, Director de “La Vanguardia Española”, y abuelo del ex presidente del Gobierno de España, José María Aznar, escribió el 6 de abril de 1939, el siguiente artículo:
¡Ha muerto García Morato!

“El primero de los pilotos. No solamente el primero de los aviadores de la Nación española, sino uno de los primeros del mundo, ahora y antes y en todos los tiempos. No superándole jamás en el timón Muynemer, Richthoffen ni otro cualquiera de los aviadores imperecederos en los anales de la guerra.

García Morato es uno de los símbolos más puros de la victoria de España. Uno de los filones más extraordinario de heroicidad que el Generalísimo supo descubrir en nuestro pueblo para organizarlos después y lanzarlos finalmente en la victoria. García Morato era la flecha más vibrante y sutil que ha poseído la Patria. Cazador de caza, cazador de ojos vivos y alma pura. ¡Cómo nos deja, precisamente en esta hora que el Caudillo ha hecho sonar para todos los españoles! Y va lejos, arriba, a situarse entre las constelaciones donde su espíritu tendrá más luz que la más resplandeciente de las estrellas.
Tu cuerpo está aquí muerto, en este Madrid recio. Tu cuerpo está muerto y le dan guardia tus pájaros, aquellos a quienes tú enseñaste a volar. Te hemos visto destrozado y seguimos sin quererlo creer; pero... ¡Dios lo ha querido así! No hay sino rendirse humilde ante sus designios. “Bendita sea su misericordia y hágase siempre su voluntad”.
¿Cuántos aparatos enemigos había derribado García Morato? No lo sé: 50, 55, 60... Él se reía de estas homologaciones y de estas estadísticas. Todo lo que había de sublime en sus vuelos de “nemrod” del aire le parecía insignificante, cosa de juego, casi una travesura. La última vez que le vi fue un día en que tuvo un desvanecimiento al picar sobre un aparato enemigo. Despertó a 300 metros de tierra. Cuando pudo volver los ojos hacia la cola de su aparato, vio que le perseguían tres aviones rojos. Pero no tenía importancia. ¡Burlarse de ellos era una cosa sencillísima! Se escabulló y aun tuvo tiempo de volverse hacia uno de sus perseguidores, que a poco caía envuelto en llamas. Una sonrisa que era casi una risa fue el único comentario que el propio Morato puso a la narración de su hazaña.
Paisajes del Pirineo, hondonadas de Aragón, sierras bravías de Urgel, orillas del Mediterráneo, derrumbaderos de Teruel; prados y hoyadas del Norte, olivares de Andalucía, mesetas madrileña, desde el Jarama ondulante a la colina ya históricamente tremebunda de Pingarrón. ¡Toda España lleva resonancia de aquellas alas que parecían nacer del propio corazón de Morato, aquellas alas que nunca temieron las alturas difíciles ni las más arriesgadas empresas!
Pero hay uno de esos paisajes, uno solo, seco, sombrío, frenético de combate, que España recordará mientras exista. El de Griñón. Allí tendremos que ir todos a leer el nombre de Morato escrito en un trozo de granito para que nunca olvidemos, ni olviden nuestros hijos, nuestros nietos, el nombre de aquel que supo darlo todo sin pedir nada.
Sobre las llanuras tostadas de luces madrileñas, García Morato se hizo para de los más egregios pares del mundo, igual entre los más desiguales por alto y como el fuste del árbol más erguido, más bello se levanta cada día, para siempre y como el ave más atrevida, rasgó las nubes y se exaltó hasta las azules alas de la inmortalidad.
Y ha de decirse, en este momento de gran dolor de España, que García Morato no era Solamente un héroe. Además, era un español de clase primerísima, corazón limpio, alma de diamante, pensamiento agudo, voluntad permanente de sacrificio por la Patria. Tenía una ilusión que no le abandonaba nunca y un vasto sueño de grandezas imperiales y un constante retorno a las profundidades del ser nacional. ¡Qué piloto! Dirán muchos. Otros añadiremos: ¡y qué extraordinario patriota!
«... Camino de Málaga va su cuerpo; camino del cielo, su espíritu, para gozar ahora de aquella gloria con la que también soñó el alma de García Morato, héroe de virtudes, portento y modelo en el sol de los aires de España. ¡Bien harás de volar desde hoy como ángel del Señor! (El Tebib Arrumi; pseudónimo de Víctor Ruiz Albéniz, Abuelo de Alberto Ruiz Gallardón, actual Ministro de Justicia, en “Boinas Rojas”. Málaga, 6 de abril de 1939).

Entierro de García Morato en el NODO

Eduardo Palomar Baró

Importante novedad editorial: "La columna relámpago, agosto de 1936"

Autores: PILO ORTIZ FRANCISCO / DOMINGUEZ NUÑEZ MOISES / DE LA IGLESIA RUIZ FERNANDO

Editorial: DIEGO MARIN LIBRERO EDITOR

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La columna relámpago

Es la segunda parte de La Matanza de Badajoz ante los Muros de la Propaganda (Libros Libres, 2010)  y consiste en el estudio pormenorizado, minuto a minuto, del avance de la Columna Madrid para tierras de ExtremaduraNos hemos propuesto dar a conocer información que aclarará lo que representó la Guerra Civil en la provincia de Badajoz en su fase inicial, intentando llegar donde otros por desconocimiento, ignorancia, mala o buena fe no han llegado y desprendiéndonos de cualquier ideología que enturbie sesgadamente el resultado final de este libro que tiene usted entre sus manos. Esa es nuestra intención.

El ámbito temporal y espacial de la presente obra se circunscribe a los acontecimientos que tuvieron lugar desde la salida de las tropas Legionarias y de Regulares de Sevilla, hasta su marcha de Badajoz, haciendo especial reseña en la Batalla de los Santos de Maimona, ataque y contraataque de Mérida y toma de Badajoz el 14 de agosto de 1936.

Para ello manejaremos cientos de hojas de servicios, diario de operaciones de las distintas unidades que intervinieron, partes, órdenes e incidencias de los tabores de Regulares y Banderas de la legión, infantería, ingenieros, aviación, testimonios orales y escritos, etc.

Para este trabajo hemos consultado los más diversos archivos militares y civiles, registros, fundaciones, etc. de España y el extranjero. No podíamos dejar ningún cabo sin atar y así el lector encontrará datos inéditos que aportan información hasta ahora desconocida sobre la operaciones militares en Badajoz. Con ello queremos dar una visión más cercana y humana al lector de los acontecimientos, uniendo las piezas de ese gran puzzle que supone la documentación con la que hemos trabajado.

sábado, 5 de abril de 2014

SIGFREDO HILLERS DE LUQUE: Lutero y los judíos

Hugo Vogel: Martín Lutero predicando en el Castillo de Wartburg
Hugo Vogel: Martín Lutero predicando en el Castillo de Wartburg

A título de curiosidad histórico-religiosa


Apuntes comparativos con la España de la Inquisición… Hace algún tiempo localicé un libro escrito por varios autores judíos sobre los siglos de historia de los judíos en Alemania, en cuyo texto  figuraba la portada de un libro escrito por Martin Lutero en 1543: “Von den Juden und jren Lügen” (“De los judíos y sus mentiras”). N.B. Para quienes conozcan algo de Alemán otra “curiosidad ortográfica” el actual “ihren” (sus), se escribía “jren”.

No es la edición original de 1543 sino una reedición del s.XVII. La ilustración de contraportada: otra “curiosidad” añadida. Un grabado de 1642 (¡todavía no existía la fotografía, claro!) de los motines y saqueos (“pogrom”) en una ciudad alemana en 1614 contra la población judía. Así pues, casi un siglo después del libro de Lutero.

Recordemos que esos “sucesos” (matanzas; saqueos contra los judíos) no se producen en España desde el Edicto de los Reyes Católicos de 1492 (antes, sí).

Intenté adquirir alguna reedición del libro de Lutero. Imposible. Parece ser que los luteranos no están muy orgullosos de su fundador y prefieren no reeditarlo; no airear sus ideas y “soluciones” respecto a los judíos.

Buscando y rebuscando he tenido la suerte de localizar la obra de un erudito profesor alemán de la Universidad Humboldt de Berlin[1]. Su largo nombre: Peter von der Osten-Sacken: “Martin Luther und die Juden” (“Martin Lutero y los judíos”), donde recoge no sólo pasajes literales del libro de Lutero, sino que además lo “adorna” con las abundantes “clases prácticas” de Lutero sobre este tema, en sus años posteriores al libro. Ya de entrada un pequeño detalle o dato anecdótico del autor: Cuando se refiere a Lutero, en señal de respeto, casi siempre le denomina “el Reformador” (der Reformator).
No voy a transcribir ni a resumir este interesante libro, que todavía no he terminado. Me limitaré a presentar aspectos que suponen verdaderas “novedades” o “sorprendentes hallazgos” –al menos para mí.

De entrada, es necesario matizar a la hora de hacer comparaciones entre la España de los Reyes Católicos-Carlos V-Felipe II y la Alemania de Lutero y siglo posterior. Sobre la pretendida “persecución de los judíos en España” y los pretendidos “horrores de la Inquisición”. Es curioso (a pesar de la “leyenda negra”) señalar que el Edicto de los Reyes Católicos de 1492 planteaba una disyuntiva forzosa a los judíos residentes en España: o bautizarse como católico o salir de España. No existen datos estadísticos. Por lo general, se afirma que fue mayor el número de los judíos que prefirieron abjurar de su religión y quedarse en España, a los que prefirieron marcharse con todos sus inconvenientes…

N.B. Todavía recuerdo una “carta al Director” (ABC) hace unos 40 años del falangista Rafael Luna Gijón, recientemente fallecido, (que había investigado el origen de sus apellidos), declarándose descendiente de judíos conversos y manteniendo la afirmación de que el número de judíos “conversos” fue superior al de los judíos “expulsados” por su propia voluntad.

Otro dato histórico irrefutable: la familia de Sta. Teresa de Ávila (Cepeda y Ahumada: curiosamente recuerdo a mi antiguo Jefe de la Centuria de Montañeros de la G. de F., Manuel Cepeda, recientemente fallecido también, que presumía de que Sta. Teresa era “prima” suya). Los padres de Sta. Teresa –lo cuenta ella misma- eran judíos conversos, de sólida espiritualidad católica, muy en especial su madre, pero también, en buena parte, su padre. El padre, de rancia familia judía en Toledo, decide trasladarse a Ávila precisamente por ese motivo, i.e. para romper sus “lazos familiares” con el judaísmo.

La Inquisición española desde 1492, no actúa contra los judíos, sino contra los falsos “conversos”, i.e. contra los judíos bautizados en el Cristianismo, pero que seguían practicando secretamente la religión judía. En cuanto a las “terribles torturas” de las cárceles de la Inquisición, que se “conocen” en el extranjero a través de los truculentos e imaginados relatos del novelista norteamericano Edgar Allan Poe, baste señalar que cuando un acusado en los tribunales civiles era condenado a pena de cárcel, solía pronunciar a voz en cuello una sarta de blasfemias para que el presidente del tribunal ordenase que –como blasfemo anti-cristiano- cumpliese su condena en una cárcel de la Inquisición. Esa era la treta del reo condenado, ya que el trato en las cárceles de la Inquisición era mucho más benévolo.

El caso de Lutero, por el contrario, en la Alemania del s. XVI, no es una animadversión total contra los “conversos” o cripto-judíos, sino directamente contra los judíos practicantes de la religión judía, empezando por los rabinos.

Lutero no toca “de oídas”, aunque su fuente principal es un libro de Anton Margaritha (1530), un judío converso, hijo de un rabino prominente de la importante ciudad alemana de Ratisbona (Regensburg, donde nació Juan de Austria, hijo de Carlos V y Bárbara Blomberg, como sabéis. Los alemanes le han erigido una gran estatua, con un gran pedestal, en una céntrica calle de esa ciudad). Según algunos historiadores Antonius Margaritha era de origen sefardí, i.e. judíos hispanos.
Se registran varios encuentros suyos, más bien confrontaciones dialécticas públicas, con rabinos y eruditos del judaísmo en diversas localidades alemanas. Antes (como fraile agustino) y después de la Bula Papal de excomunión del 3.1.1521 de León X. Inicialmente Lutero creía que era posible la conversión o cristianización de los judíos. Posteriormente llega a la conclusión de que era imposible… y se pregunta ¿Qué quieren que hagamos nosotros los cristianos con este pueblo maldito y réprobo? Lutero está convencido de que Dios N.S. en su justa ira, los ha entregado al demonio, por su dureza de corazón, castigándoles con una ceguera (Blindheit) total y desquiciándoles (Wahnsinn). Lutero concluye que los judíos, con sus blasfemias y su malvado comportamiento “se han merecido la ira de Dios (Gottes Zorn) y se han condenado”.

Y añade en otro pasaje: “Este pueblo dejado ya de la mano de Dios… está poseído por el demonio… y por su legión de ángeles caídos…   de forma que ya no saben hacer otra cosa que mentir, difamar, blasfemar y comportarse de mala fe (böswillig sein)

Como buen alemán, Lutero en su libro de 1543, no se limita a una crítica global contra los judíos sino que “desmenuza” o analiza por separado su “pliego de cargos”. Así p.e. en el apartado “Sus mentiras contra las personas” especifica Lutero a modo de subtítulo: “…lo que mienten de la persona de nuestro Señor, ítem, de su querida Madre y de nosotros y de todos los Cristianos”.

N.B. Un leve comentario. Como quiera que en Alemán, todos los sustantivos se escriben con inicial mayúscula, cuando Lutero escribe “de nuestro Señor” (…unsers HErrn”) lo escribe siempre con doble inicial mayúscula.

También es interesante destacar la defensa de la Stma. Virgen por parte de Lutero frente a los judíos. No es ningún “lapsus”. Hasta tal punto que algunos rabinos y eruditos del judaísmo, analizando los planteamientos doctrinales de Lutero “detectan” en ellos un enfoque no solo “cristológico” sino también “mariológico”. Aunque bien pudiera ser que tal “acusación” la hacían con evidente “animus injuriandi”.

En otro epígrafe de su libro, cuando Lutero hace hincapié en el grave delito de los judíos de blasfemia, destaca que es habitual en los escritos de los rabinos alemanes el calificar a la Stma. Virgen de “prostituta” (literalmente y sin entrecomillado) y a su divino Hijo, Jesús, de “bastardo” e incluso –literalmente y sin entrecomillado- de “Hurenkind” (hijo de p.). En efecto, así de claro y rotundo, porque al no admitir a Jesús como Dios, ni su nacimiento obra del Espíritu Santo, afirman que es fruto del adulterio (sic) de una mujer judía (María), desposada con un hombre judío (José), jactándose de saberlo ellos mejor que los cristianos al ser ellos mismos también judíos.

Con tales “antecedentes” no es de extrañar que en determinados momentos se desate la furia de Lutero contra los judíos y aparte de calificarlos de “blasfemos” y “embusteros”, en otros pasajes de su libro los calificará de “gusanos”; “sucios cerdos”, “perros” y “groseros asnos”… si bien nuestro erudito profesor de largo apellido (“O-S” digamos para abreviar) cita en Latin y a pié de página estos epítetos de Lutero (v.gr. “canes”; “crassi asini”).

N.B. En cuanto a la forma de denominar Lutero a la Stma. Virgen, siempre lo hace uniéndolo al nombre de Jesús; N.S., i.e. “su amada Madre” (liebe Mutter), en tanto que nuestro erudito historiador (O-S) también a veces la denomina “Virgen Maria” (Jungfrau Maria), sin anteponer nunca, por supuesto, el adjetivo de “Santísima”.

Lutero dedica en su libro otro epígrafe a las “blasfemias” de los judíos contra la Fe cristiana. Acusa a los judíos de su “tozudez doctrinal” al negarse a reconocer la divinidad de Jesucristo, N.S.; y a querer reconocer que Él era el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento, etc.

Sin embargo, con este libro y sucesivos escritos, ciclos de conferencias y predicaciones desde el púlpito en sus iglesias “reformadas”, Lutero no se limita a denunciar las mentiras, las blasfemias de los judíos contra “Dios nuestro Señor”; “su querida Madre” y los Cristianos, amén del  envenenamiento que realizan a diario contra nuestra “Fe cristiana”. Dirigiéndose a la “Superioridad” (Obrigkeit) i.e. a la autoridad civil, ya que Lutero desde 1521 ya no reconoce ninguna autoridad eclesiástica (ni al Papa ni a sus Obispos), Lutero exige que se ponga remedio a esta situación. Veamos en síntesis cuáles son las medidas o “soluciones” que propugna Lutero. Antes de leerlas, el amable lector hará el favor de hacer un repaso mental de las medidas adoptadas por los Reyes Católicos en 1492 en España respecto a los judíos y posteriormente por la Inquisición española bajo los reinados de Carlos V y Felipe II.

- Quema (Verbrennung) de todas las sinagogas.
- Destrucción (Zerstörung) de las casas de los judíos.
- Internar (albergar) a todos los judíos “bajo un solo techo o en un establo”, “como a los gitanos”, añade Lutero
- Incautación de sus libros de oraciones, incluso el Talmud.
- Prohibición de celebrar en público sus ceremonias religiosas
- Prohibición de pronunciar el nombre de Dios delante de fieles cristianos
- Prohibición de la enseñanza a los rabinos
- Prohibición a los judíos de realizar préstamos con interés.
- Expropiación de todos sus bienes.
- Trabajo manual obligatorio para las jóvenes judías (en otro pasaje añade: “y también para los jóvenes judíos”).

Y como consecuencia de todas estas medidas, Lutero concluye que es necesario separar a los judíos de los cristianos y, por lo tanto, “han de ser expulsados de nuestro país” (“und sie aus unserem Lande vertrieben werden”). Con lo cual sobrarían muchas de las medidas exigidas por Lutero contra los judíos, añadiríamos nosotros.

Todas estas medidas o “soluciones” exigidas por Lutero contra los judíos residentes en la región alemana donde él vivía, no es fruto de un “arrebato de cólera” sino algo muy pensado y meditado hasta el punto de que añade como colofón: “…Y si no bastasen todas estas drásticas o despiadadas medidas, habrá que cazarlos como a perros rabiosos”  (“… so seien sie wie die tollen Hunde zu verjagen”). En otro de sus escritos, Lutero concluye su planteamiento: “Drum immer weg mit ihnen”  (“Así pues, fuera con ellos”).

Sorprendentemente la única “ayuda” o “vía de escape” para los judíos que a Lutero se le ocurre y ofrece,  es la conversión a la fecristiana (sic). Curiosamente  la solución que 50 años antes, en 1492, se les había “ocurrido” a los Reyes Católicos. Ni que decir tiene que a nuestro erudito profesor ya citado (“O-S”) ni se le pasa por la imaginación mencionar tal precedente en las 350 páginas de su libro de  apretado texto.
Emilio Sala: "Expulsión de los judíos"
Emilio Sala: "Expulsión de los judíos"
 
Algunos leves comentarios
Huelga señalar que a la muerte de Lutero, en Alemania se ha debatido muy ampliamente, a lo largo de los años, las drásticas medidas propugnadas o exigidas a la “Superioridad” (Obrigkeit) por Lutero, para ser aplicadas de inmediato a la población judía. Me limitaré a citar dos casos concretos que recoge en su libro el mencionado erudito profesor de largo apellido (O-S).

1) La matización o sutil disquisición que hacen los  “defensores” de Lutero, echándole un oportuno “capote” para que no le pille el toro del “anti-semitismo”, entre ellos nuestro mencionado erudito profesor (O-S), subrayando que en ningún momento Lutero convocó o animó a sus fieles seguidores a realizar “Pogroms” contra los judíos, si bien admitiendo que Lutero desde el púlpito predicó la extirpación o erradicación del Judaísmo (i.e. de las ideas, de la doctrina, y no de las personas)
Sin embargo, “O-S” silencia cómo esas “predicaciones” de Lutero eran entendidas y traducidas en actos/actuaciones por parte de sus fieles seguidores.Siguiendo el conocido dicho de que una imagen vale por mil palabras, lo vemos traducido o reflejado claramente en el acierto del editor del libro de Lutero “De los judíos y sus mentiras” (1543), un siglo después, colocando en la contraportada el grabado de un “progrom” en una ciudad alemana ocurrido en 1614 e históricamente probado. Sencillamente porque el ciudadano medio alemán de aquella época entendía e interpretaba que el objetivo de Lutero era la expulsión (Vertreibung) o la destrucción (Vernichtung), aniquilación de los judíos.

Aunque bien mirado mucho más lógico fue el Edicto de los Reyes Católicos de 1492, ya que la “expulsión” (o mejor dicho, el optar por marcharse de España) evitaba el mal mayor, i.e. la muerte/aniquilación de los judíos por parte de la población cristiana o “cristiana” si se quiere o  población o “populacho”, si también se quiere.

No obstante, a este respecto, debemos recordar la auto-crítica de ilustres historiadores españoles, incluso decididos partidarios y admiradores de Isabel la Católica, que consideran un “grave error” el Edicto de 1492, con la denostada “expulsión de los judíos” de España. Se silencia, sin embargo, que antes de 1492, en los diferentes Reinos de España, de forma periódica y con diversas “excusas” tenían lugar devastadores “pogroms” contra las comunidades judías. A título de referencia y no con carácter exhaustivo: 1066 judería de Granada; 1196 judería de León; 1230 en diversas juderías del Reino de León; 1328 judería de Tudela; 1348 en diversas juderías españolas –fruto de la ignorancia y del rencor “almacenado”- al atribuírsele injustamente a los judíos la devastadora “peste negra”; 1392 – “pogrom” de Sevilla (el más sangriento). Y que después de 1492 ya no hubo “pogroms” ni persecución alguna de los judíos, al haberse convertido al Cristianismo –y bautizado- los judíos que optaron por aceptar la disyuntiva ofrecida por los Reyes Católicos en 1492, dejando los numerosos casos de falsos neo-conversos o cripto-judios a juicio de la Inquisición. Hasta llegar a 1968 –bajo el Régimen de Franco, no se olvide- en que se autoriza la construcción de la Sinagoga de la c/ Balmes en Madrid, equivalente a decir, el restablecimiento de la práctica de la religión judía en España.
Después de la muerte de Lutero en 1546 (18 feb.), en contra de sus recomendaciones o exigencia a la Superioridad (Obrigkeit), no se adoptan las drásticas medidas exigidas por él contra los judíos ni tampoco, por supuesto, su expulsión de Alemania (o específicamente de Sajonia dentro del Sacro Imperio Romano-Germánico).

En los siglos XVI, XVII, etc. se siguen produciendo distintos y periódicos “pogroms”  contra los judíos, si bien no tan numerosos como en la Rusia zarista, hasta llegar a la Alemania del Régimen de Hitler (1933) con sus famosas leyes anti-judías, que se recrudecen durante el transcurso de la II Guerra Mundial. (Me remito al vol. II de mi obra “Derecho-Estado-Sociedad”… ¡y disculpen la auto-propaganda!)

2) Otra sutil matización es la relativa a la exigencia de Lutero, que siempre coloca en primer lugar en la lista de medidas a aplicar a los judíos, “la quema de las sinagogas” (Verbrennung der Synagogen).
Los ardientes defensores de Lutero afirman tajantemente que Lutero “se limitó” a exigir la quema de las Sinagogas, i.e. de los edificios, pero no con los rabinos dentro… ni siquiera habló de la quema de las casas de los judíos, sino de su destrucción o demolición ( Zerstörung). Sutil diferencia o matización.

N.B. Aquí nuestro erudito “O-S” utiliza la palabra latinizada o derivada del idioma inglés de “Differenzierung” en lugar de la palabra alemana más contundente de  “Unterschied”. Una forma de “disimular”.

Lo sorprendente del caso es que aquí, en esta controversia entre los estudiosos alemanes del judaísmo y luteranismo, nuestro erudito profesor (O-S) rebate a los “bien-pensantes” en favor de Lutero y cita frases literales de Lutero donde unifica la quema de Sinagogas con la quema de las casas particulares de los judíos alemanes. En una palabra, en este caso puede más en nuestro erudito profesor el prurito de la defensa de su erudición frente a sus colegas alemanes que la defensa del “Reformador” como él generalmente denomina a Lutero, o si se prefiere puede más en él, en este caso, la objetividad intelectual.

Un dato interesante que nos aporta nuestro erudito profesor de referencia, es la animadversión “natural” de la esposa de Lutero (del “Reformador”, casado como sabemos en 1525 con Catalina de Bora, una antigua monja exclaustrada). “O-S” nos transcribe el texto literal de una carta que Lutero escribe a su esposa en lo que luego sería su último viaje a la ciudad alemana de Eisleben, de donde él era natural, y donde tenía previsto pronunciar un ciclo de conferencias/predicaciones, y le relata que había sufrido una ligera indisposición; un fuerte resfriado antes de llegar a su destino. “Fue culpa mía (es war meine Schuld), dice Lutero, aunque de haber estado tú aquí seguro que hubieras echado la culpa a los judíos o a su Dios Jehová… porque en el pueblo anterior a Eisleben, me dicen que habita un gran número de judíos y quizás debieron soplar un fuerte viento gélido contra mí que me dejó el cogote helado”. “En la propia ciudad de  Eisleben ahora mismo tenemos 50 judíos viviendo en una misma casa, sobrepasando los 400 el número de habitantes”, concluye Lutero.

Finalmente Lutero pudo pronunciar las cuatro predicaciones programadas, que como subraya “O-S” fueron en realidad “predicaciones anti-judias” 2(Judenpredigten).  En la última de sus predicaciones, (15 feb. 1546, i.e. 3 días antes de su muerte), Lutero compara el caso de los judíos con la parábola evangélica del trigo y la cizaña, pero añadiendo: “Si los judíos no se corrigen, tampoco nosotros (los cristianos) tenemos porqué aguantarlos ni  soportarlos”.

Vamos a poner aquí punto y final al interesante –al menos para mí- relato sobre Lutero y su planteamiento respecto a los judíos. Ya digo anteriormente que me falta todavía casi medio libro de “O-S” por leer. Para hacernos idea del interés que tiene para el público alemán el “tema” de Lutero, indicar que me llega un catálogo actualizado (enero 2014) de una editorial/distribuidora holandesa (sic) titulado “Lutherana” con 185 obras hoy a la venta, de autores de diferentes nacionalidades (principalmente alemanes, claro está…), dedicadas monográficamente a Lutero.


[1] Destrozada casi totalmente en los bombardeos de la II GM Geográficamente, en el reparto de zonas militares, correspondió a los soviéticos. Reconstruida exteriormente en 1945-46 e “interiormente” después de la caída del “muro”, etc. Me gusta recordar que cuando todavía pertenecía al Sector Soviético, sede del Gobierno comunista (la Alemania “democrática” o DDR) tuve la inmensa suerte (mas que “el honor”) de poder pronunciar dos conferencias (en alemán), con coloquio incluido, una para profesores y otra para alumnos (seleccionados por las propias autoridades universitarias), etc

Sigfredo Hillers de Luque

PEDRO FERNÁNDEZ BARBADILLO: Franco venció porque era mejor

Acaba de fallecer el historiador Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia desde 1998. Su principal legado a la cultura española ha sido el Diccionario Biográfico Español, que, pese a los ataques de los mezquinos que habrían querido controlarlo para imponer sus sectarismos, es una inmensa obra de referencia.

Así le ha defendido Gabriel Albiac (ABC, 3-4-2014):
A costa del monumental Diccionario biográfico de la Academia, a Gonzalo Anes le llovieron encima todos los necios del país: los que confunden historia con relato, los que piden a la historia consuelo para esa cosa, por definición desalmada, que es el curso de la vida. Y ese consuelo, claro está, tenía que ejecutarse sobre el tiempo presente. O el muy inmediato. A tres siglos de distancia, los consuelos dan solo benévola risa. El trastrueque del Diccionario biográfico en lenitivo de nuestros sufrimientos es una idea boba que solo puede hallar eco en una patria tan enferma como la nuestra.
En opinión del filósofo, el Diccionario ha sido otro frente de batalla abierto por los acólitos de la memoria histórica:
Cincuenta volúmenes, cuarenta mil voces, una obra con poco equivalente en Europa y ninguno en España, hubiera debido ser, en lógica académica, gloria del director de la Academia de la Historia que consumó el proyecto. Así habría sucedido en cualquier sitio. Aquí no. (…) Aquí, cada cual se lanzó a buscar los provincianos nombres de sus jefes de partido o tribu. O de los de sus enemigos. En el último medio siglo. No les gustó lo que leyeron. (…) Habían leído, puede que hasta completa, la voz Franco; no les gustaba. Habían leído la voz Negrín; tampoco. ¿Y quién iba a ser más competente en esas sacralidades que un devoto? ¿Indocto? Tanto mejor. Se juegan aquí poderes, no sabiduría.
Uno de los últimos ataques contra el Diccionario lo ha sufrido Ángel David Martín, que aparte de historiador es sacerdote, especializado en las represiones en ambas zonas durante la guerra y en la persecución religiosa.

Según cuenta, aportó sólo cinco biografías al Diccionario, pero una de ellas era la del militar Vicente Rojo Lluch (1894-1966). Cuando estalló la guerra, éste era comandante y profesor en escuelas militares desde 1922. Se integró en el Estado Mayor del Ejército leal al Frente Popular y luego del Ejército Popular; allí hizo una carrera fulgurante y fue ascendido por Juan Negrín a teniente general (grado que había sido abolido por Manuel Azaña en el primer bienio de la II República) en febrero de 1939. Además, aceptó acudir al Alcázar de Toledo para intimar al coronel Moscardó a la rendición.

El Anti-Franco: un militar culto, católico y leal


La escuela de historiadores llamémosla progresista ha querido encontrar en Rojo una especie de Anti-Franco. Por un lado era un católico practicante que, a diferencia de Franco y otros militares, se había mantenido leal al Gobierno y, por otro, era intelectualmente superior a los brutos militares africanistas, hasta el punto, según un entusiasta, de haber humillado a Franco.

Ángel David Martín ha sido atacado porque el retrato que hace de Rojo difiere completamente del construido en los últimos años. Precisamente Rojo confirma que Franco era mejor que él en su libro ¡Alerta a los pueblos!, editado en 1939.

El general Ramón Salas Larrazábal, que prologa una reedición de 1974, explica la carrera militar de Rojo. Éste estaba vinculado a la Unión Militar Española, la asociación que fue el embrión del alzamiento nacional, y después del 18 de julio fue "depurado por el comité de información y control". El 25 de agosto ascendió a teniente coronel "por lealtad". Estaba vinculado al general Miaja y su papel en la defensa de Madrid le ganó nuevos puestos, como los de jefe del Estado Mayor del Ejército del Centro, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra y jefe de Estado Mayor Central.
Aunque era enemigo por sistema de la promoción por méritos (…) él mismo fue máximo beneficiario al alcanzar cinco empleos en cuatro ascensos por méritos que le hicieron general al año y medio de ascender a comandante y teniente general a los 44 años, meteórica carrera sin parangón en el siglo XX español. Además, recibió la Placa de la Laureada (enero de 1938). En todo ello superó a Franco, al que su Gobierno concedió la Cruz Laureada en la primavera de 1939 y a los 44 años era general de división.

Un comandante de aula contra un general de campo


Al final de ¡Alerta a los pueblos! Rojo enumera las razones de la victoria de Franco en unas páginas que son una acusación para los militares y los políticos del bando republicano. El Gobierno de izquierdas tenía el oro del Banco de España, las regiones industrializadas, la capital, el reconocimiento internacional, la escuadra, la mayor parte de la aviación, la Guardia de Asalto y la Guardia Civil, y, pese a todo ello, perdió.
En el terreno militar, Franco ha triunfado (…) porque lo exigía la ciencia militar (…) porque hemos carecido de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha (…) porque nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el escalonamiento del mando.
En el terreno político, Franco ha triunfado (…) porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo (…) porque nuestro gobierno ha sido impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país (…) porque nuestros errores diplomáticos le han dado el triunfo al adversario mucho antes de que pudiera producirse la derrota militar.
En el orden social y humano Franco ha triunfado (…) porque ha logrado la superioridad moral en el exterior y el interior (…) porque ha sabido asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga.
Y concluye:
La República tuvo en sus manos la superioridad y los mejores resortes para sostenerla y acentuarla, y ha dejado que se le escape de las manos como si un secreto designio impidiese prosperar a la obra republicana. Mas, no ha habido tal secreto designio, sino simplemente, dos realidades, las determinantes de que le hayamos dado la superioridad: falta de gobierno (…) y falta de mando.
Mientras en el bando nacional se olvidaron las diferencias políticas y se buscó la unidad de mando en Franco, en el bando leal la cosas fueron muy distintas, prosigue Rojo:
A nuestros políticos (…) les han preocupado más las menudencias personales y partidistas que los grandes problemas nacionales. Les ha faltado abnegación política para someterse a un ideario común superiora los de los partidos, y entereza para sanear un ambiente político viciado.
La mayor diferencia militar entre ambos es que Franco era general desde 1926, y en 1936 Rojo era comandante. Franco había mandado grandes contingentes de tropas; la última vez en 1934, cuando reprimió la sublevación de las izquierdas en Asturias. Rojo permaneció en Marruecos sólo cuatro años (1915-1919) y obtuvo el grado de capitán. Después de ello fue destinado a guarniciones en Cataluña y luego a la Academia de Infantería de Toledo y la Escuela Superior de Guerra. Su ascenso a comandante, el último en paz, es por antigüedad.

Es decir, se enfrentaron un veterano que había hecho la carrera militar a sangre y fuego con un profesor que en sus aulas recreaba las batallas de Cannas y Waterloo. ¿Por quién habríamos apostado?

Que a los 75 años del último parte de guerra del Cuartel General del Generalísimo haya historiadores y políticos que pretenden encontrar las causas de la victoria de Franco en las ayudas de Italia y Alemania o en conspiraciones internacionales demuestra que la elite dominante hoy está roída por complejos y rige, como dice Albiac, una patria enferma.

Pedro Fernández Barbadillo