Recientemente
se ha publicado, por la editorial Comares, bajo el título de “La sombra
del César. Santiago Montero Díaz, una biografía entre la nación y la
revolución”, el trabajo del catedrático de la Universidad de Santiago,
Xosé M. Núñez Seixas, que disecciona la trayectoria personal y política,
sin olvidar su faceta de historiador, de Santiago Montero Díaz (El
Ferrol, 1911-Madrid, 1985), controvertido personaje, que transitó del
galleguismo de izquierdas, socialista y comunista, al
nacionalsindicalismo de Ledesma Ramos y al fascismo de izquierdas, para
acabar apoyando, si bien al margen de cualquier disciplina política, la
rebelión estudiantil contra el franquismo, en febrero de 1965, cuando
ocupaba la cátedra de historia antigua en la Complutense madrileña,
prosiguiendo su actuación como francotirador contra los blancos que
señalaba su espíritu de independencia y rebeldía.
El profesor
Núñez Seixas ha fundamentado su biografía en un amplio repertorio de
fuentes, que van desde los fondos documentales, que se contienen en la
Real Academia de la Historia, Archivo de la familia Montero Díaz,
pasando por los Archivos de las universidades Complutense de Madrid,
Valencia, Murcia y Santiago de Compostela, así como el Archivo General
de la Administración de Alcalá de Henares, el Archivo Histórico del
Partido Comunista de España, e incluyendo los archivos militares del
Ferrol (Archivo Intermedio Militar Noroeste) y el Archivo Militar alemán
de Friburgo, a lo que se une un profundo examen de la prensa de la
época, incluyendo las publicaciones galleguistas, sin olvidar los
órganos de expresión nacionalsindicalistas y, singularmente, el único
número del periódico “Unidad”, que bajo el lema “España, Una, Grande y
Libre”, apareció en Santiago en diciembre de 1933, como ariete contra el
Estatuto Gallego y que será redactado en su integridad por el propio
Montero.
Santiago Montero Díaz, que viene al mundo en la ciudad de
Ferrol el 21 de enero de 1911, emigrando al poco tiempo con su familia a
Cuba y regresando a su Galicia natal en 1922, inicia hacia 1926 su
actuación política en “la apasionada defensa de la identidad gallega
como una región que debía aportar sus glorias a España y salir de su
abatimiento económico y su letargo social”, en certera expresión del
profesor Núñez Seixas. Su iniciación política no presenta, en este
aspecto, diferencias con la flor y nata de la intelectualidad del
jonsismo y el falangismo galaico, a los que yo he denominado,
humorísticamente, “jonsistas y falangistas, no de la Reina Católica,
sino de la Beltraneja”, pues a todos estos hombres les unió el común
denominador de haber militado –y generalmente seguirán proclamándolo
hasta el fin de sus días–, en el galleguismo cultural e incluso en el
político. Aquí vienen al recuerdo, entre otros, los nombres de los
firmantes del manifiesto de “La Conquista del Estado”, Manuel Souto
Vilas, Ramón Iglesias Parga (que terminará de exiliado de la zona roja) o
Alejandro Raimundez (en la posguerra conductor de un programa de
cultura gallega desde la BBC); el pionero de la aviación militar
Francisco Iglesias Brage, que junto a Julio Ruiz de Alda firmará su
adhesión al periódico “La Conquista del Estado”; el escritor y profesor
universitario jonsista José María Castroviejo; el notario Luis Moure
Mariño (asiduo colaborador del periódico vallisoletano “Libertad”); el
periodista falangista Eugenio Montes, protagonista destacado de lo que
se ha dado en llamar “la corte literaria de José Antonio”, así como los
Gonzalo Torrente Ballester y Álvaro Cunqueiro, incorporados más tarde a
Falange Española de las JONS. Para explicar esta transición del
galleguismo al jonsismo y al falangismo, creo que debe tenerse en cuenta
que, generalmente, salvando ciertas derivaciones como el actual Bloque
Nacionalista Gallego, el nacionalismo gallego, de raíz federalista,
frente al catalán y el vasco, no tuvo un sesgo antiespañol, sino
anticastellano, lo que se condensará en la famosa consigna, que Castelao
recogerá en su obra “Siempre en Galicia”: “Queremos seguir siendo
españoles, siempre que no se nos obligue a ser castellanos”.
Es
sobradamente conocida la carta de Santiago Montero Díaz, publicada en
“La Conquista del Estado” el 27 de junio de 1931, polemizando con
Ledesma Ramos, desde un posicionamiento, según confesión del propio
Montero, “de simpatizante comunista” (antes había abandonado el Partido
Socialista por falta de espíritu revolucionario y poco después se
afiliará formalmente al Partido Comunista de España), advirtiendo el
fundador de las JONS, y así lo proclamará posteriormente en “¿Fascismo
en España?”, que aquella carta denotaba, lo que en realidad era Montero:
“un patriota revolucionario, un subversivo contra el desorden nacional y
la poquedad española, es decir, un nacionalsindicalista”. Lo que
determina, sin embargo, la incorporación de Montero Díaz al jonsismo,
son sus intervenciones como miembro de la Comisión redactora del
Anteproyecto de Estatuto de Autonomía de Galicia, cargo para el que es
designado en el verano de 1932, en condición de representante de la
universidad de Santiago, en la que ocupaba el puesto de bibliotecario,
habiendo obtenido la licenciatura en historia y cursando estudios de
doctorado, comisión de la que formaba parte, entre otros, el conservador
Enrique Rajoy Leloup, abuelo del actual presidente del Gobierno.
Montero Díaz, gran defensor del idioma gallego popular, que contrapone
al pedante, de laboratorio, que se trata de construir, trata de imprimir
al texto estatutario “un tono unitario, nacional, trasunto de mi
concepción comarcal de España”, enfrentándose con el resto de los
representantes de la comisión, considerando que la federación de
repúblicas hispánicas no puede ser edificada “por nacionalismos
reaccionarios, clericales y burgueses”, sosteniendo siempre, junto a la
defensa del idioma castellano, la asunción por el Estado central de
todas las competencias en materia educativa”. Núñez Seixas hace
referencia especial a la conferencia sobre el Estatuto Gallego que
Montero Díaz imparte el 10 de diciembre de 1932, en el paraninfo de la
universidad compostelana, con un rotundo pronunciamiento en el que
aflora, en realidad, su concepción del nacionalsindicalismo, que
impulsará su ingreso en las JONS, organización desde la que buscará la
incorporación de la militancia anarcosindicalista gallega: “Es
necesario, dentro de la República y como culminación de su obra,
verificar el gran movimiento español fruto de minorías jóvenes y llenas
de coraje, que de una manera revolucionaria culmine la trayectoria
comenzada con la derrocación de la plaga borbónica”.
De
gran interés en la obra que comentamos, es la investigación del período
–de febrero a junio de 1933– que Santiago Montero Díaz, ya por entonces
en la órbita jonsista, pasa en la universidad de Humboldt, en Alemania
–según sus palabras “procuré marcharme cuanto antes, porque me aburría
mortalmente aquella gente”– al objeto de ampliar estudios, y las
conferencias que imparte a su regreso a España, en ateneos obreros de
Gijón y la cuenca minera asturiana, de las que se hizo eco la prensa
local, donde pone de manifiesto su posición crítica frente al
nacionalsocialismo, en línea con lo argumentado en su opúsculo
“Fascismo”, que había publicado en 1932 en Valencia –aún militaba en el
Partido Comunista– cuando calificaba a Hitler de “demagogo sin el genio
de Mussolini”, pues para Montero, si bien definía el fascismo italiano
como “instrumento del capitalismo en momentos de crisis”, reconocía que
en sus inicios había representado una “escisión nacionalista del
socialismo revolucionario italiano” y tiempo después profundizará en su
admiración por Mussolini, de conformidad con su interpretación
historicista, encuadrándolo entre los forjadores de historia.
Núñez
Seixas hace una incursión, aquí aportando algún dato novedoso, de la
etapa por la que atraviesa Montero Díaz, hasta la guerra civil, tras su
negativa a la fusión con Falange Española, alegando “la esencia
derechista” de esta fuerza política, argumento utilizado también por
otros jonsistas, de los que terminarán integrándose en la nueva
organización, caso del vallisoletano Luis González Vicén.
El
estallido de la guerra civil encuentra a Montero en la capital de
España. El autor de esta obra narra las peripecias del protagonista en
el Madrid rojo, su evasión a la zona nacional y sus actuaciones de
colaboración con el ala izquierda del partido unificado, singularmente
con Gerardo Salvador Merino y Dionisio Ridruejo, así como su inopinada y
repentina incorporación al frente de guerra catalán, enrolado en la VII
Bandera Móvil de la Falange de Aragón.
Especialmente interesante
es el periplo de Montero Díaz durante el transcurso de la II Guerra
Mundial, que Núñez Seixas analiza detalladamente: su oposición, al
comienzo de la guerra, al ataque alemán contra Polonia y la deriva
posterior del antiguo jonsista, alineado con los elementos
revolucionarios de la Falange, caso de Dionisio Ridruejo, ajenos al
anticomunismo derechista que predomina en la División Azul y partidarios
de la lucha hasta el final, convencidos de que el triunfo alemán
generará las condiciones ideales para que España restaure su integridad
territorial, recuperando Gibraltar, y lleve a término su revolución
social y nacional, sacudiéndose la influencia de las plutocracias
occidentales. El caso de Montero nos recuerda al del excombatiente
divisionario Carlos María Idígoras, que, al igual que el antiguo
dirigente jonsista gallego, proseguirá su combate posicionándose contra
el imperialismo yanqui, lo que reflejará en su novela “Los Usacos”. En
este punto interesa señalar que el jonsista radical Santiago Montero
Díaz conseguirá conectar con un joseantoniano radical, el abogado y
escritor asturiano José Manuel Castañón de la Peña, excombatiente de las
campañas de España y Rusia, capitán de infantería mutilado, que será
nombrado Vicesecretario de Ordenación Social en Oviedo, enfrentándose al
régimen franquista, siendo encarcelado por breve tiempo –habida cuenta
de su condición de héroe de guerra– exiliándose a finales de los años 50
en Venezuela, tras pedir a las autoridades que entreguen su paga de
capitán a uno de los mutilados del otro bando, cuya equiparación antes
había pedido y , prosiguiendo en el continente americano su trayectoria
de escritor, no si antes haber editado en España, en la editorial
“Aramo”, que acababa de fundar, la obra “Cervantes, compañero eterno”,
de su amigo Montero Díaz, que a su vez prologará la novela de Castañón
“Moletu-Volevá” sobre “ la locura dolarista”.
Detalles
muy curiosos se recogen en el libro sobre la ruptura de Montero Díaz
con el régimen franquista, en primer término, desde la perspectiva de su
alineamiento con el Eje, marcada por su trilogía de conferencias. “Idea
del Imperio”; “Mussolini 1919-1944”, pronunciada ante la Vieja Guardia
de Madrid en marzo de 1944, tras la defenestración de Mussolini por el
rey de Italia y posterior proclamación de la República de Saló, donde,
frente a la tónica general del falangismo, con Fernández Cuesta a la
cabeza, propone una rectificación del régimen franquista, advirtiendo de
los tres peligros: el peligro monárquico calificando a la monarquía
como “vía abierta a la traición”; el peligro capitalista, propugnando
“desarticular sin contemplaciones la economía burguesa lo que conlleva
“la reforma de la propiedad agraria, la socialización de las empresas” y
“la entrega de la dirección económica a sindicatos de control técnico y
obrero”, pues lo demás “es puro Dopolavoro y Educación y Descanso” y,
respecto al tercer peligro, “la absorción del Ejército”, sostiene que
“un partido revolucionario no puede desprenderse jamás de sus milicias”,
que constituyen “la garantía de la subversión nacional”. En la tercera
conferencia, que pronuncia en el paraninfo de la universidad de Madrid,
en febrero de 1945, arremete contra lo que entiende oportunista política
exterior del régimen, lo que trae como consecuencia la reacción del
falangismo oficialista contra Montero Díaz, que se expresará en algún
panfleto, sacando a relucir todos los antecedentes del profesor gallego:
su antigua militancia en el Partido Comunista y la intervención en el
asalto al periódico ABC, antes de ingresar en las JONS; su afiliación a
la CNT en el Madrid rojo, su postura que “ataca directamente a la
Falange, se mofa de su sentir religioso y censura constantemente de su
fundador”, derivando la ofensiva al terreno personal, en alusión a su
soltería y espíritu bohemio, acusándolo de pertenecer “al origen
obscuro, tortuoso e inconfesable del estudiante comunista”, que “alardea
de no tener ideas religiosas y vive en los bajos fondos de la
amoralidad”, culminando todo con su destierro a Almagro, siendo
despedido en la estación de Atocha por un grupo de estudiantes del SEU
–entre los que figura Juan Velarde Fuertes, hoy vinculado a los
orgullosos de ser de derechas”– grupo que es disuelto por la policía,
relatando el profesor Núñez Seixas, como en la localidad manchega,
Montero Díaz recibe la correspondencia de compañeros universitarios de
diversa ideología, entre ellos Tierno Galván, que le agradece el envío
de su conferencia sobre “Mussolini”, al que califica de “hombre
extraordinario”, recordando también su asistencia a la conferencia “En
presencia de la muerte”.
Por último, el autor del libro que
comentamos, se detiene en la segunda ruptura de Montero Díaz contra el
régimen franquista, con ocasión de los incidentes universitarios de
febrero de 1965, cuando termina siendo desposeído de la cátedra de
Historia Antigua en la Complutense, con suspensión de empleo y sueldo
durante dos años –recibiendo el apoyo, desde una posición
nacionalsindicalista, de su antiguo camarada Manuel Souto Vilas, que
critica al SEU de la época al que considera una falsificación, dedicado
defender “las sinecuras de sus jerifaltes”, a la vez que arremete contra
la acción en la universidad “de las fuerzas oscuras de España entre
ellas de las que se denominan hoy Opus Dei”– situación que desemboca en
su marcha a Chile para impartir clases en la universidad de Concepción,
lo que aprovechará para contactar con el Movimiento de Izquierda
Revolucionario (MIR) de Chile, reintegrándose a la universidad madrileña
en marzo de 1967, para concluir lo que Núñez Seixas denomina “discreta
oposición y epílogo desde la torre de Marfil”.
Como conclusión de
nuestro recorrido por la biografía política de Santiago Montero Díaz,
cabría preguntarse –al igual que lo ha hecho el profesor Núñez Seixas–
por su verdadera adscripción ideológica en el último tranco de su vida:
¿Seguía siendo Montero un nacionalsindicalista? ¿Había concluído el
viaje de vuelta a sus orígenes galleguistas e izquierdistas, como
podrían inferir algunos contertulios de este intelectual, excéntrico, de
humor quevedesco, que acostumbraba impartir el magisterio con sus
alumnos, frecuentando tascas y tomando vinos y que consideraba que el
pueblo español había sido “desvirilizado” por Franco? Queda fuera de
dudas, que siempre fue fiel al recuerdo de Ramiro Ledesma Ramos, lo que
puso de manifiesto, como señala el autor del libro, en 1968, cuando fue
requerido por la editorial Ariel para que prologase la reedición
conjunta de “¿Fascismo en España” con el “Discurso a las Juventudes de
España” con el “pero del Ministerio de Información que a regañadientes
no ha podido negarse a que se reeditara”, según le indicaba el
representante de la editorial. Montero Díaz se mostró únicamente
dispuesto a que se reeditase su prólogo a los escritos filosóficos de
Ledesma Ramos “como un homenaje mío a la memoria de aquel excelente
amigo”, pero sin que se procediese a una reactualización, treinta años
después de su prólogo de 1938 al “Discurso a las Juventudes de España”,
con una “visión, a nivel de 1968 , del movimiento jonsista y su
significación”, que sería poco grata al régimen.
Por nuestra
parte, nos atrevemos a aventurar que Santiago Montero Díaz llegaba a
admitir la potencialidad del pensamiento político de Ledesma Ramos,
siempre que se desprendiese del lastre depositado por la historia,
naturalmente, al margen de formulaciones nacional-revolucionarias,
surgidas del conglomerado de la Plaza de Oriente y siguiendo la ruta
trazada por el creador del nacionalsindicalismo, cuando en “¿Fascismo en
España?” proclamaba que “a Ramiro Ledesma Ramos y sus camaradas les
viene mejor la camisa roja de Garibaldi, que la camisa negra de
Mussolini”, y así puede corroborarse por la confidencia que Santiago
Montero Díaz, en 1976, plasmaba en carta dirigida a José Manuel Ledesma
Ramos, hermano del fundador de las JONS: “No te quepa duda Pepe, que el
ideario de Ramiro terminará imponiéndose, aunque no lo veremos
nosotros”. [1]
_______________________________
[1] Recogido en carta de José Manuel Ledesma Ramos, remitida al autor de este artículo el 31 de mayo de 1978.
Francisco J. Álvarez de Paz