martes, 25 de septiembre de 2012

1937: año decisivo. Resumen y audio de las ponencias

Jornada de Estudios: 1937, el año en que se decidió la Guerra Civil. 75 Aniversario de las batallas, Instituto-CEU de Estudios Históricos: 21 y 22 de septiembre de 2012.

Convoca: Colectivo Guadarrama y Foro Historia en Libertad

Resumen de las ponencias presentadas  

Audio de las conferencias:



La batalla del Jarama. El primer choque de dos ejércitos: Ricardo Castellano Ruiz de la Torre
La batalla de Brunete: El papel de la Legión Cóndor Manuel Villar Zarco
El cierre del frente norte: Joaquín Serrano Rubiera
La batalla de Teruel: Alberto Ayuso García
 

Resumen televisivo de CEU media

domingo, 23 de septiembre de 2012

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Carrillo, las autoridades y el terror rojo


Uno de los mitos más difundidos por la propaganda histórica que se ha ocupado de la violencia desencadenada en ambas retaguardias durante la pasada Guerra Civil Española, tiende a presentar lo ocurrido en zona frentepopulista como consecuencia de la ausencia de autoridad, la impotencia y el propio caos revolucionario que la rebelión provoca mientras que en zona sublevada y en la posguerra la represión responde a una voluntad política que es auspiciada desde el propio poder del Estado. Si diéramos crédito a dicha afirmación, podríamos hablar de una violencia revolucionaria espontánea, originada desde abajo, fruto de los odios de clase y que el Gobierno consiguió controlarla poco a poco.

Esta distinción esconde un fondo inaceptable, en primer lugar porque el origen en el poder, o mejor dicho, en la instancia que en un determinado momento ejerce en la práctica el poder, resulta algo propio de toda represión hasta el punto de servirnos para distinguir esta forma de violencia de otras manifestaciones como pueden ser los choques entre grupos políticos rivales o las represalias llevadas a cabo por partidas de huidos y guerrilleros, que se caracterizan precisamente por el deseo de alterar el poder previamente constituido. En el caso de la zona frentepopulista lo que hay que determinar es quién ejerce en la práctica el poder porque desde julio las organizaciones obreras y los partidos del Frente Popular protagonizaron un levantamiento paralelo que no intentó reemplazar a un Gobierno que resultaba útil conservar como cobertura legal en busca del respaldo internacional.

La segunda razón que invalida el mito de la falta de responsabilidad de las autoridades frentepopulistas en lo ocurrido en su propia retaguardia es la manera en que tuvieron lugar los sucesos. En un primer momento —al producirse la destrucción del Estado como consecuencia del Alzamiento y de este proceso revolucionario— predominan las acciones al margen de todo ordenamiento jurídico y que son, sobre todo, expresión de esa animadversión al contrario pero una vez que se inicia un proceso de reconstrucción del Estado la represión se va a aplicar como respuesta a problemas internos y, especialmente en las zonas recién ocupadas por los nacionales y en la posguerra, como exigencia de responsabilidades penales.

Si desde finales de 1936 remitió lo que podemos llamar violencia revolucionaria —ejercida sistemáticamente en los lugares en que se había consolidado el dominio frentepopulista— a partir de 1937 se produjo lo que podemos llamar la venganza de la República, es decir, una durísima represión que tenía por escenario nuevos puntos de conflicto y que se aplicaba con tres objetos principales: la depuración de los escasos lugares que pudieron ser ocupados por el Ejército Popular entre 1937 y 1939; asegurar el predominio comunista en la retaguardia y el Ejército y controlar una retaguardia cada vez más deteriorada y que, por lo tanto, se percibía como hostil e insegura, sobre todo en momentos de retirada.

Cuando en diciembre de 1936 el propio Stalin había aconsejado a Largo Caballero la preservación de las instituciones democráticas en España, recibió la respuesta de que «cualquiera que sea la suerte que el porvenir reserva a la institución parlamentaria, ésta no goza entre nosotros, ni aún entre los republicanos, de defensores entusiastas». Este es el escenario político del que, sin duda cabe calificar como más violento episodio represivo de toda la Guerra Civil: las matanzas que entre en noviembre y diciembre de 1936 tuvieron lugar en Paracuellos del Jarama y otros lugares en las inmediaciones de la capital de España.

Entre todos los sucesos de violencia ocurridos en el territorio controlado por ambos bandos durante la Guerra Civil, pocos habrá en que estén tan claros los móviles inmediatos que desencadenaron la tragedia: la proximidad de las tropas nacionales, cuya entrada en la capital era considerada por todos inminente, obligó a plantear el problema de la existencia de grandes núcleos de prisioneros francamente inclinados hacia los nacionales (entre ellos numerosos militares) y que hubieran supuesto un indiscutible refuerzo en sus filas. La solución arbitrada por las autoridades fue una auténtica depuración, el asesinato masivo de buena parte de ellos y el traslado a prisiones más seguras del resto (este último sería el caso de las expediciones que llegaron a Alcalá de Henares).

Debido a la desfavorable marcha de las operaciones militares, el Gobierno de la República había abandonado la capital de España en dirección a Valencia. En su ausencia, el General Miaja debía procurar la defensa de la ciudad auxiliado por una Junta Delegada de Defensa en la que participaban todos los grupos políticos y sindicales. La Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa fue confiada a Santiago Carrillo, de las Juventudes Socialistas Unificadas y se nombró Delegado de Orden Público al redactor del diario socialista Claridad, Segundo Serrano Poncela.

El mecanismo de extracción de los destinados a la muerte fue, en todos los casos, semejante: se presentaban en la cárcel miembros de la Dirección General de Seguridad y milicianos con una orden de libertad de presos; en autobuses de la Sociedad Madrileña de Tranvías los trasladaban a las inmediaciones de Paracuellos del Jarama (en su mayoría) y Torrejón de Ardoz y allí eran fusilados. Las declaraciones prestadas ante la Causa General demuestran la intervención en las sacas del 7 y 8 de noviembre de varios miembros del Consejo de Orden Público (el célebre consejillo que decidía sobre el destino de los presos) designados personalmente por Santiago Carrillo la madrugada del 7 de noviembre. También está comprobada la participación de miembros de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia y la intervención de las autoridades de orden público en la selección y en las órdenes de extracción.

Los testimonios más decisivos acerca de la responsabilidad del propio Carrillo han sido aportados por los historiadores que se han ocupado a fondo del problema como Rafael Casas de la Vega y Ricardo de la Cierva y resultan abrumadores por ser contemporáneos o poco posteriores a los sucesos. Se trata de las Actas de la Junta de Defensa de Madrid, en las que Carrillo recaba para sí toda la autoridad en los traslados de presos. Primero se atreve a decir que la evacuación aún no se había iniciado; se olvida de los días 7 y 8. Luego, corregido por el comunista Diéguez, reconoce que la evacuación se ha suspendido ante las protestas del cuerpo diplomático (que se produjeron, precisamente, al tener noticia de los fusilamientos masivos). En el mismo sentido habría que situar discursos del propio Carrillo como la alocución por Unión Radio (12-noviembre-36) y el Pleno del Comité Central del Partido Comunista (7/8-marzo-1937) o la declaración de Ramón Torrecilla (miembro del Consejo de Orden Público) ante la Causa General.

Todos ellos vienen a coincidir en presentar a Carrillo como el ejecutor penúltimo, el eslabón de una cadena en la que también participaron Manuel Muñoz Martínez, Director General de Seguridad, Ángel Galarza, ministro de la Gobernación, y Mikhail Kolstov, delegado soviético en España que reconoce en su propio diario de guerra su responsabilidad. Entre todos, y con la colaboración de funcionarios y milicianos, pusieron en funcionamiento una extraordinaria maquinaria represiva de la que tenía perfecto conocimiento el Gobierno de la República ya instalado en Valencia. El tiempo transcurrido (casi un mes) es indicio más que suficiente de que ni siquiera se intentó algo eficaz para que cesaran las matanzas.

Una prueba más del carácter sistemático de las sacas es la intervención del director de Prisiones, el anarquista Melchor Rodríguez, que les pone drásticamente final aunque no por ello termina la violencia pues se siguen cometiendo asesinatos y en los años siguientes el terror en el Madrid rojo estará protagonizado especialmente por la actuación policial y la depuración en el seno del Ejército Popular.

Ángel David Martín Rubio

Vicente Gracia, SJ: Agustina Simón


He aquí una muchacha bilbilitana, digna émula de su homónima la de Aragón. Vástago de un viejo tronco tradicionalista recibió de él una savia pura y vigorosa para la germinación de toda clase de virtudes. De entre éstas cuidó con especial esmero a la reina de todas, la caridad, y por ella se consagró a los heridos en el Hospital del Colegio del Salvador, donde recibía a sus queridos requetés del Tercio del Pilar, los de Santa Quiteria, los almogávares de Belchite, los de Nuestra Señora de Monserrat, de Codo y los de otros cien puntos de la guerra de Aragón, esmaltados con las rosas de su sangre pródiga y limpia y la más desinteresada de todas.

Ante sus horribles llagas se abría en lágrimas aquel corazón todo delicadeza y ternura y cuadno les faltaba algo se desvivía con loco afán por conseguírseles ¡Cuántas veces, envuelto en su abrigo, fue a las camas el ponche de leche y huevos hecho por ella misma en su casa, nada opulenta! Para los ochocientos heridos, a pesar del celo y caridad de las Hermanas de Santa Ana, dignas hijas de la Madre Rafols, no podía llegar a tiempo para todos el mimito de una cosa apetecida en el calor de la fiebre, y Agustina estaba siempre pronta a ayudar a las religiosas y desvelarse por aquellos a quienes ella llamaba pedazos de su corazón.

Aquella alma tan grande no cabía en las estrecheces de un hospital: necesitaba un campo más vasto donde extender sus alas de ángel y posar sus manos de hada sobre la frente ardorosa de los soldaditos, donde no hubiera calmas, ni abnegadas religiosas, ni velas nocturnas, sino soledad espantosa, camilleros agotados, vaguadas con heridos, el suelo por cama y la muerte en acecho a cada instante.
¿Dónde se cernía en Aragón la amenaza constante? ¿En Belchite? Pues allí se fue de enfermera de primera línea con el Tercio de Almogávares, y al Seminario, el segundo Alcázar de esta guerra, pero sin bastiones de granito, ni defensas de castillo roquero, ni subterráneos, ni armas, ni víveres. Sólo cuatro paredes de ladrillo y dominado todo el edificio a diez metros por el monte Bolar, en cuyo pie se asienta y desde el cual, con los cañones antitanques, pulverizaban sus paredes.

De sus heroicidades sólo sabemos lo contado por los supervivientes escasos de aquella epopeya: que se presentó al jefe de los almogávares el mismo día del asedio horrible de la heroica villa y le dijo: “Mi capitán, aquí me tiene usted a sus órdenes. No pienso desertar del puesto que me asigne. Moriré con todos, contenta de dar mi sangre por Dios y por mi Patria”.

Estado actual de las ruinas del Seminario de Belchite
Y se la vio en las brechas abiertas en las tapias del Seminario en que cayeron tantos valientes, recogiendo a éstos y defendiendo sus vidas pistola en mano entre cascotes, bombas de mano, vigas y fragor de tormenta de infierno, siempre con la sonrisa de ángel en los labios, con los cuidados maternos, con la sublime entereza de los mártires de Cristo. Y allí permaneció hasta el momento en que aquellos bravísimos almogávares rompieron el cinturón que les ahogaba, y en la huida tal vez cayó en poder de los rojos con otros requetés que no pudieron alcanzar las líneas nacionales.

No había que pedir entonces humanitarismos a los marxistas. La aureola de una virgen no les detenía en sus desenfrenos; el valor de una mujer les daba en cara y ante una heroína como la Simón se revolvían en su impotencia, bramaban como tigres y saltaban sobre ellas, las despedazaban y dormían su orgía sobre los sagrados despojos.

Agustina. serena ante los dicterios, impávida ante la muerte, no respondió ni una sola palabra a las preguntas de los milicianos, y con su escudo invulnerable, una estatuita del Niño Jesús que había salvado de la profanación en el Seminario, recibió la descarga de aquellos malvados en Híjar y voló al cielo con otros muchos requetés, entre la celestial comitiva que el Señor envía con las palmas de los mártires al cortejo de sus predestinados.

PUBLICADO EN: Vicente GRACIA, Los héroes de Aragón, Zaragoza, 1943, pp. 169-171

NOTA DEL FORO HISTORIA EN LIBERTAD: Al reproducir este artículo en homenaje a Agustina Simón, hacemos un llamamiento urgente para promover una iniciativa con vistas a conservar y consolidar las escasas ruinas que se conservan del Seminario de Belchite.

Novedad bibliográfica: “Extremadura: de la República a la España de Franco”


Extremadura: de la República a la España de Franco (Una visión Historiográfica)
Ángel David Martín Rubio (Coord.)
Prólogo de José Javier Esparza
Ediciones Barbarroja, Madrid, 2012
Formato: 15 x 21 cm.
Colección Memoria Histórica
332 págs.
PVP: 20’00 €

PEDIDOS: http://www.libreriabarbarroja.com/
info@libreriabarbarroja.com
Teléfono: 913 566 823

AUTORES:
Antonio Manuel Barragán Manuel Barragán-Lancharro
Moisés Domínguez Núñez
Manuel Martín Lobo
Ángel David Martín Rubio
Rafael Moreno García
Luis Vicente Pelegrí Pedrosa
Francisco Pilo Ortiz
Pablo Sagarra Renedo

CONTENIDO:
SEGUNDA REPÚBLICA
Hace 75 años… José Giral y el pucherazo del Frente Popular en Cáceres (1936)
El fracaso de la reforma agraria de la Segunda República
Revolución en Badajoz: los asaltos de fincas rústicas en la madrugada del 25 de marzo de 1936
Un discurso incendiario: Badajoz, mayo de 1936, ¿Premonición o certeza de la Guerra Civil?
GUERRA CIVIL Y REVOLUCIÓN
Violencia en la provincia de Badajoz (1931-1939): “Bajo el signo de la revolución”
19 y 20 de julio de 1936: lo realmente ocurrido en Monesterio
Jacques Berthet, “El inicio del mito”: Badajoz 27 de julio de 1936
Nombres para no olvidar: coronel Ildefonso Puigdengolas Ponce de León
La memoria de una fotografía que no fue “cazada” en Badajoz
Agosto 1936: tres oficiales asesinados en Feria
El Quintillo: un desconocido “tren de la muerte” en la Extremadura Roja
Expropiación agraria y decepción social (1931-1939)
Comunistas en la Extremadura Roja: los izquierdistas asesinados por la República en Cabeza del Buey
Miguel Hernández: un poeta en la Extremadura Roja
El bombardeo de Cáceres y la aviación en Extremadura durante el primer año de Guerra (1936-1937)
¿Memoria histórica extremeña? La verdadera “columna de la muerte”
Castillos del siglo XX. Fortificaciones de la Guerra Civil Española en Castuera (Badajoz)
LA ESPAÑA DE FRANCO
Embalses, regadíos, colonización y repoblación forestal en Extremadura: Plan Badajoz y regadíos de Cáceres
Franco no hizo absolutamente nada por Extremadura
Carlos Liñán: pastor protestante durante la República, la Guerra y el Franquismo
20 de noviembre de 1975: el impacto de la muerte de Franco en Extremadura
HISTORIA FRENTE A MEMORIA
Las fosas de Mérida
Las listas de la memoria histórica en Extremadura: ¿fraude o incompetencia?
La web de Memoria Histórica en Extremadura
Las fosas de Mérida
Las listas de la memoria histórica en Extremadura: ¿fraude o incompetencia?
La web de Memoria Histórica en Extremadura retira su lista de presuntas victimas
Carta de un niño gitano a los titiriteros de la memoria
Una cruz profanada: unilateral memoria histórica en Castuera
El mapa de fosas: nuevo fraude de la memoria histórica en Extremadura
LIBROS
“Bajo cielos de plomo”
“República y Guerra Civil en Monesterio”
“La matanza de Badajoz”

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domingo, 16 de septiembre de 2012

“Extremadura: de la República a la España de Franco” (Presentación)


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Al prologar la Tesis Doctoral de Julio Aróstegui, Vicente Palacio Atard, el prestigioso catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, escribía unas palabras que volvía a ratificar en octubre de 1977 en su introducción a una historia de la España del siglo XIX: «Pocas cosas he pretendido yo enseñar en las aulas de la Universidad, como no sean estas tres que a continuación declaro». La tercera de las cosas enunciadas era:
«El respeto a los hombres que fueron protagonistas del pasado, remoto o próximo, y cuyas pasiones, actos y pensamientos hemos de intentar comprender “sine ira et studio”, para no trasponer a ellos nuestra propia pasión; porque la historia como ciencia se justifica precisamente por esa capacidad de comprensión que, si es usada rectamente, debe hacerla instrumento de paz entre los hombres y no de guerra, de concordia y no de discordia, de diálogo iluminador de nuestra inteligencia y no de imposición coactiva de cualquier dogmatismo cerrado»[1]
Por aquellas mismas fechas, Ramón Salas Larrazábal hacía públicos los resultados de una larga investigación acerca de las pérdidas humanas en la Guerra Civil Española y manifestaba que su intención era «rescatar el tema de ese terreno beligerante, condicionado por solicitaciones más o menos interesadas en ofrecer una determinada y preconcebida imagen de los hechos, y devolverlo al limpio campo de la investigación histórica»[2].

Los muertos de la Guerra Civil sacados del terreno beligerante para llevarlos al de una historiografía entendida como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo. Un programa tan ambicioso y generoso, empezó a ser reemplazado muy pronto por otro proceso en el que las víctimas de la guerra volvieron a ser agitadas unilateralmente por la izquierda al tiempo que se empezaba a reivindicar la necesaria revisión de lo ocurrido en la Segunda República, la Guerra Civil y la España de Franco bajo el señuelo de la llamada recuperación de la memoria histórica.

La presión de los sectores más radicales con los que se alineba el Gobierno a cuya agónica extinción asistíamos cuando se escribieron estas líneas, precipitaron la aprobación de una Ley[3] que, siendo fiel expresión de estos principios, encubre la voluntad característica de los sistemas políticos totalitarios: dar refrendo jurídico a una interpretación del pasado y sentar las bases para que en su día se apliquen medidas punitivas contra los disidentes.

La Ley citada, cae en el absurdo jurídico de elevar a doctrina valoraciones propias del terreno historiográfico y, además, vulnera gravemente la verdad cuando se cita entre los que lucharon por la defensa de los valores democráticos a los brigadistas internacionales y a los combatientes guerrilleros; a no ser que se entiendan dichos valores democráticos como los concebía Stalin, principal inspirador de ambas iniciativas.

Se reconoce de manera generalizada que estos planteamientos, así como su cobertura jurídica mediante la llamada Ley de la memoria histórica, significan la ruptura del consenso que se produjo en los años de la Transición y, en última instancia, una puesta en cuestión de la propia legitimidad de dicho proceso que acabaría desembocando en una nueva etapa constituyente. Pero lo cierto es que la recuperación de la memoria histórica forma parte de un amplio proyecto de carácter cultural que tiene necesidad de un holocausto, de un genocidio para la descalificación sin paliativos de los vencedores en la Guerra Civil, primer paso para la reivindicación de la Segunda República con cuya presunta legitimidad pretenden conectar a la España actual la extrema izquierda y los regionalismos separatistas. Cuantos más anatemas recaen sobre las consideradas fuerzas oscuras del pasado, más se esforzarán nuestros contemporáneos en romper cualquier solidaridad con ellas.

Como han puesto de relieve otros historiadores europeos, la elaboración de discursos que eluden los análisis complejos y propagan el simplismo de una historia de “buenos y malos”, tiende a imponer unos valores sustentados desde el presente. En suma, se priva a los ciudadanos que se preguntan sobre problemas que a veces les afectaron directamente, a ellos o a su familia, de las posibilidades que la historia y el método de investigación histórica aportan como única herramienta para un conocimiento racional del pasado.

La memoria no es puro recuerdo biográfico sino conciencia formada por un tejido de experiencias, ideas, valores asumidos, lecturas o transmisión de otras informaciones. Por eso, todo lo que se construye bajo la etiqueta de la memoria histórica es una mezcla de amargura y parcialidad, escrita bajo la influencia de odios demasiado recientes. Pero no basta con esperar sentados a que la memoria histórica se agote en su propia esterilidad. Puesto que no pertenece al patrimonio científico de la historia debe ser dejada a un lado en el debate intelectual y carecer de cualquier aplicación docente o jurídica. Pero al haber sido ya asumida por la oligarquía política, una sociedad democrática madura (si lo es la española) tendrá que descubrir que los verdaderos historiadores no se consideran en posesión de una verdad meta-histórica capaz de interpretar y juzgar el pasado a la luz de los principios actuales (o precisamente de la falta de ellos).

La actuación decidida de las instancias políticas a favor de la ideología de la memoria, ha convertido a Extremadura, y más en concreto a alguno de sus municipios, en uno de los territorios en que los ciudadanos han tenido que sufrir con más encono esta ofensiva que nada tiene que ver con la historia a no ser su empleo como arma de un combate caracterizado por frecuentes episodios de pobreza conceptual, deterioro moral, agresividad y eliminación de toda voz discordante.

Solo por citar algunos casos, las instituciones públicas y privadas que promueven la llamada recuperación de la memoria histórica en Extremadura (entre ellas la Universidad, las Diputaciones de Badajoz y Cáceres y la propia Junta de Extremadura) presentaron unos listados en los que se presenta como “víctimas de la represión franquista”, entre otros muchos que no lo fueron, a un sacerdote asesinado por los milicianos en Badajoz, a una mujer asesinada por unos bandoleros en Monterrubio de la Serena, a un combatiente voluntario en las banderas de Falange o a un hombre que murió como consecuencia de las heridas que sufrió al caerse de un carro… Al tiempo, caen destruidos los testimonios monumentales vinculados al bando vencedor en la Guerra Civil y a la España de Franco —en ocasiones de alto valor histórico y artístico, como ha ocurrido con el desaparecido escudo de la Audiencia de Cáceres, obra monumental del escultor extremeño Pérez Comendador— y se procede a la glorificación indebida de otras personas y circunstancias.

Por eso el Foro Historia en Libertad ha dado con frecuencia difusión a trabajos de historiadores extremeños que responden al deber moral de dar a conocer nuestro pasado desde el rigor del método histórico. Buena parte de esos trabajos se reproducen ahora en esta obra de conjunto que se difunde con ocasión de la Jornada de Historia Política y propaganda en la retaguardia republicana: Extremadura 1936-1939, celebradas en Castuera (Badajoz) el 17 de septiembre de 2011. Esperamos que sirvan para mejor comprensión de lo ocurrido en una región que las izquierdas motejaron de “Extremadura Roja” y en la que el presidente del Partido Socialista Obrero Español, Francisco Largo Caballero, había anunciado y alentado la explosión de la guerra civil, como ocurrió en Don Benito el 8 de noviembre de 1933:

«Vamos legalmente hacia la evolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente. (Gran ovación.) Esto, dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil. Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil. ¿Qué es si no la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y obreros? Estamos en plena guerra civil. No nos ceguemos, camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar»[4].

Se cuenta del emperador Carlos V que cuando era azuzado ante la tumba de Lutero a buscar los restos del heresiarca para entregarlos a la hoguera, respondió: «Ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos».

Sea o no cierta la leyenda, hoy hay gente que prefiere hacer su particular guerra contra los muertos. Ahora bien, no olviden que hay personajes históricos que —como el Cid— pueden ganar las batallas incluso después de su muerte.

Foro Historia en Libertad

[1] Vicente Palacio Atard, La España del siglo XIX, 1808-1898, Madrid: Espasa Calpe, 1981, p. 15.
[2] Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra, Barcelona: Planeta, 1977, p. 29-30.
[3] LEY 52/2007, BOE, 27-diciembre-2007 «por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura». Paradójicamente, se excluye a quienes padecieron dicha persecución o violencia entre abril de 1931 y julio de 1936.
[4] “Un magnífico discurso de Caballero. No debemos cejar hasta que en las torres y edificios oficiales ondee la bandera roja de la revolución”, El Socialista (Madrid) (9 de noviembre de 1933), p. 6.

jueves, 6 de septiembre de 2012

ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO: Quinto, Codo y Belchite: 75 aniversario de una defensa laureada

Ruinas de Belchite en la actualidad
La región aragonesa fue dominada con relativa facilidad en los días inmediatos al Alzamiento Nacional ya que el general Miguel Cabanellas se sumó al Movimiento y el impulso de la cabecera de División resultó esencial para el alineamiento de las restantes guarniciones. Después de haber rechazado el intento de mediación del enviado de Madrid, general Núñez de Prado, a partir de las cinco de la mañana del 19 de julio se inició la ocupación de Zaragoza por fuerzas del Ejército.

Proclamado el estado de guerra, se apoderaron con facilidad del Gobierno Civil y de los demás edificios públicos y de comunicaciones aunque la noche anterior la CNT-FAI, predominante entre el elemento revolucionario de la ciudad, había declarado una huelga general y generando una resistencia que sería reprimida. Gracias a la actuación decidida de las fuerzas del Ejército y orden público a las que se sumaron desde el primer momento voluntarios civiles, la situación se presentaba tensa pero segura y en pocos días quedaba asegurado el control de la ciudad a pesar de que carecía prácticamente de defensas naturales y que era susceptible de sufrir ataques desde diversas direcciones.

La formación del frente aragonés


El resto de la provincia de Zaragoza también se incorporó a la Alzamiento en los días siguientes: en las comarcas de Calatayud y Daroca, el Regimiento de Artillería proclamó el estado de guerra el 20 de julio y procedió al control de los pueblos. En las demás zonas, donde no existían guarniciones, las autoridades militares ordenaron a los diversos puestos de la Guardia Civil la destitución de los Ayuntamientos y el nombramiento de nuevos gestores municipales. De esta forma se produjo el triunfo inicial en la mayoría de las localidades, si bien algunas de ellas requirieron la intervención de tropas para controlar la oposición o asegurar definitivamente el control.

Por su parte, la pequeña guarnición de Huesca ayudada por numerosos voluntarios también se había sublevado y triunfó y Teruel, la tercera de las capitales aragonesa, quedó igualmente bajo control de los nacionales. En situación mucho más comprometida aún que la de Zaragoza, ambas capitales fueron ciudades cercadas durante muchos meses pues el predominio alcanzado en los primeros momentos en Aragón, se reveló precario enseguida. A partir del 24 de julio una serie de columnas organizadas desde Barcelona y formadas por miles de milicianos mezclados con unidades regulares y fuerzas de orden público, iniciaron la ocupación del territorio aragonés a través de tres vías:

- Al norte, una de las columnas, al llegar a Lérida, emprendió la marcha a través de los Pirineos y, a través de Barbastro, se dirigió contra Huesca y más tarde amenazó a Zaragoza desde el sector de Alcubierre.
- Por el centro, la carretera general Barcelona-Lérida-Zaragoza, fue el itinerario seguido por Durruti y el Comandante Pérez Farrás que ocuparon Caspe y otros lugares. El 8 de agosto llegaban a Osera donde fueron frenados definitivamente.
- Hacia el sur, la columna mandada por el anarquista Ortiz y el Comandante Salavera, cruzó el Ebro en Bujaraloz, participó en la toma de Caspe, continuó en dirección a la provincia de Teruel apoderándose de varias localidades y volvió a avanzar sobre Zaragoza, precipitándose hacia los pueblos de Quinto, Codo y Belchite, en los que no logró entrar.

Belchite (sin línea protectora alguna y en el vértice de un ángulo formado por la línea de frente que dejaba a la localidad prácticamente indefensa) fue considerado por los frentepopulistas, desde el primer momento, como uno de los puntos críticos del despliegue nacional, siendo objeto de continuos ataques. Por las mismas fechas, otra columna (la de Tarragona, mandada por el teniente coronel Mena) atacó y arrolló a las patrullas nacionales en la zona de Lécera (Zaragoza) y Albalate del Arzobispo (Teruel) ocupando un buen número de poblaciones de la comarca pero serán incapaces de romper el frente estabilizado en las inmediaciones de Quinto, Codo y Belchite, localidades que permanecerán durante meses en primera línea de fuego soportando frecuentes ataques del enemigo y drásticas medidas de orden público que provocaron la aplicación de los preceptos del bando de guerra y la ejecución de un número relativamente elevado de izquierdistas. En todo caso estas represalias se iniciaron cuando ya se había tenido ocasión de comprobar el brutal comportamiento de las columnas frentepopulistas en los pueblos aragoneses que habían ocupado dejando a su paso un rastro de terror y, en el caso de Belchite, están relacionadas con las actividades protagonizadas por los revolucionarios de la localidad que trataron de apoderarse de la población desde dentro el 6 de agosto determinando el inicio de registros y cacheos para desarmar a los elementos extremistas, siendo duramente castigados aquéllos que apresados anteriormente quisieron huir.

En octubre de 1936, los dirigentes de la CNT, cuyas columnas controlaban buena parte de la retaguardia aragonesa y hacían irregular acto de presencia en aquellos frentes, decidieron establecerse por su cuenta y crear el Consejo de Aragón (que acabaría siendo reconocido por el propio Gobierno en diciembre del 36) con sede en Caspe y con mayoría absoluta para los libertarios pero con participación de las organizaciones del Frente Popular. Este hecho marca una segunda etapa en la que los comités revolucionarios fueron sustituidos por consejos municipales, la administración de justicia pasa paulatinamente a los Tribunales Populares y tiene lugar la militarización de todas las columnas armadas a finales de abril de 1937. Finalmente, una intervención gubernamental, siguiendo las tesis comunistas, pondría definitivamente fin a este predominio anarco-sindicalista disolviendo el Consejo de Aragón por decreto en agosto de 1937 y desarticulando violentamente toda su organización, que ya estaba atravesando una profunda crisis, mediante una intervención de la 11 División de Enrique Líster.

QUINTO DE EBRO (Posición Nº2). Detalle de las trincheras, aun existentes, con el cementerio al fondo (www.requetes.com)

La ofensiva del Ejército Popular sobre Zaragoza


Pocos días después, el Ejército Popular iniciaba una ofensiva cuyo objetivo estratégico (la ocupación de Zaragoza) tenía también un claro alcance político: donde habían fracasado las columnas anarquistas se pretendía que iban a triunfar las grandes unidades de inspiración comunista. Las operaciones se iniciaron en la madrugada del 24 de agosto de 1937 y el Ejército Popular consiguió algunos avances pero las resistencias decisivas de las pequeñas guarniciones nacionales impidieron que, a pesar de la aplastante superioridad de medios, las tropas del General Pozas alcanzaran su objetivo.

La defensas de Quinto, Codo y, sobre todo de Belchite, alcanzaron un tono heroico. Los defensores de Quinto, se replegaron la noche del 24 al 25 de agosto de 1937 a la iglesia y casas vecinas de donde no fueron desalojados hasta la tarde del día siguiente. En Codo, los requetés del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat combatieron en el casco urbano, casa por casa, hasta que lograron romper el cerco en una desesperada salida con innumerables bajas. Sólo Belchite prolongaría durante quince días su increíble resistencia protagonizada por su pequeña guarnición y la población civil, apenas unos 2.000 hombres que combaten en las calles, casa por casa, durante el día y la noche.

Los sitiados carecen pronto de víveres y municiones a pesar de que la aviación nacional procura arrojárselos. Las uni­dades enviadas en socorro de Belchite para liberar a sus defensores, refugiados por último en los edificios algo más fuertes de la localidad, no pueden abrirse camino a pesar de su empeño. Los requetés, que se han batido bravamente en el Seminario, se incor­poran a los defensores de la población, al no ser posible prolongar allí la resistencia. El 6 de septiembre, cuando tres cuartas partes de los defensores han sido baja y no puede continuar la resistencia, trescientos sitiados con el comandante Santa Pau a la cabeza, en una salida desesperada y heroica logran salvar las líneas enemigas y llegar al campo nacional.

Bandera del Tº de Monserrar con la corbata de la Cruz Laureada (www.requetes.com)

La venganza del Frente Popular


Pero el drama no había finalizado para los que fueron hechos prisioneros en Quinto, Codo y Belchite una vez ocupadas las poblaciones. Buena parte de ellos, tanto soldados como civiles, fueron asesinados sobre el terreno, en el mismo momento en que se efectuaban las detenciones. Así, en los olivares cercanos a Codo, primer lugar en que se concentró a la población evacuada de Belchite, se procedió por las fuerzas ocupantes con la intervención de algunos elementos extremistas de la localidad a la selección de prisioneros y en el acto asesinaron sin más procedimiento ni declaraciones a algunos paisanos de la villa, varios sanitarios y fuerzas excombatientes. Mientras la “Pasionaria” hollaba las ruinas todavía humeantes de Belchite, el también comunista Líster se encargaba personalmente de estos crímenes junto con las fuerzas a sus órdenes hasta que la intervención de un mando superior, determinó el traslado de los restantes prisioneros para ser interrogados y sometidos a depuración previa.

Buena parte de ellos fueron fueron traslados a cárceles y campos de concentración, siendo fusilados en las semanas siguientes. Por ejemplo, los prisioneros que habían sido llevados a Monegrillo y Castejón de Monegros fueron sacados de allí en la mañana del 14 de septiembre y los bajaron por la carretera de Zaragoza a Barcelona. Un poco antes de llegar a la altura de Pina de Ebro les hicieron abrir una zanja de unos 300m. de largo por 2 de ancho que sirvió para tumba de militares, falangistas, requetés y paisanos. Escenas semejantes habian ocurrido con posterioridad a la ocupación de Quinto y Codo, población esta última donde fueron asesinados incluso un grupo de requetés que, por estar gravemente heridos, no habían podido intentar la evacuación de sus posiciones.

Otra circunstancia que llama la atención es que, una vez ocupados estos pueblos, se practicó la deportación de grandes grupos de población, como estrategia o método de guerra con finalidades políticas y militares muy concretas: controlar una retaguardia considerada hostil e insegura. En Quinto a unas dos mil personas se las llevó a los pueblos del Bajo Aragón donde eran repartidos por las casas. En Belchite fueron evacuados todos sus habitantes restituyendo luego a los elementos de izquierda y dejando a los de derechas confinados en pueblos de Teruel hasta su liberación. Los presos más significados ingresarían en las prisiones y campos de concentración (San Miguel de los Reyes, Lérida, Barcelona…) donde algunos encontraron la muerte bien por fusilamiento o debido a las durísimas condiciones de vida.

Desde el punto de vista socio-profesional nos encontramos con un claro predominio entre las víctimas de labradores y jornaleros seguidos de oficiales del ejército y obreros urbanos. No debe olvidarse que en su mayoría se trataba de voluntarios del Ejército Nacional; en efecto, entre los combatientes de Falange y el Requeté abundaban los campesinos pobres y no faltaban obreros. Muchos de los que nutrían los tercios y banderas eran esos “propietarios muy pobres” de los que se ha hablado alguna vez, labradores que poseían un pequeño corro de tierra y que predominaban en la mitad norte de la Península. Lejos de representar los intereses de ninguna oligarquía, la zona nacional había consolidado el apoyo de los más diversos sectores sociales aglutinados por ideas elementales pero claras y fácilmente compartidas como eran las creencias religiosas, la exigencia de orden público y la defensa de la pequeña propiedad.

Tampoco faltaron manifestaciones de la persecución religiosa, circunstancia que -al igual que la violencia- no se limitó en la retaguardia frentepopulista a los primeros meses sino que se prologó a lo largo de todo el conflicto. En Mediana fue totalmente saqueada la iglesia y ermita y se robaron los ornamentos y objetos religiosos. En Quinto, la Parroquia y ermitas fueron saqueadas y todo robado o quemado. En Codo, la Parroquia fue completamente saqueada y mutilada y todo lo perteneciente al culto, robado y quemado. En Belchite, todas las iglesias, ermitas, el Convento de Dominicas y el Seminario Menor fueron saqueados, profanados y resultaron totalmente destruidos. Las pérdidas del patrimonio histórico artístico por destrucción o robo fueron ingentes. También cabe referirse aquí a varios sacerdotes hechos prisioneros junto a las tropas a las que asistían espiritualmente en Quinto y Belchite: Juan Ruiz Gimeno (Capellán del Regimiento Aragón nº17), fusilado en Quinto el 24 de agosto de 1937; Juan Lou Miñana (Capellán del Tercio de Almogávares), fusilado en Híjar el 3 de septiembre de 1937 y Blas Margelí Ibáñez (Capellán de la 8ª Bandera de Falange de Aragón), asesinado en Codo el 6 de septiembre de 1937. En cambio, varios sacerdotes y religiosas hechos prisioneros en Belchite fueron conservados con vida y utilizados con intereses propagandísticos para dar en la prensa una imagen distorsionada de lo que estaba ocurriendo.

Laureados


El 12 de octubre, el Generalísmo firma un decreto que determina: “En lo sucesivo llevará Belchite el título de Leal, Noble y Heroica Villa. Y, además, es ordenado que se abra expediente para la concesión a sus defensores, colectivamente, de la Cruz Laureada de San Fernando“. En la orden a que se refiere esa concesión se reconoce que “El patriotismo y valor de los paisanos de Belchite les llevó a ponerse al lado de su guarnición, rivalizando todos, incluso mujeres y heridos, en actos de heroismo”. 

El requeté del Tercio de Monserrat Jaime Bofill -que se incorporó a la defensa de Belchite desde Codo- recibió la misma condecoración a título individual y por su defensa de esta segunda población el 24 y 25 de agosto recibieron la laureada colectiva las Primera y Segunda Compañías del Tercio de Requetés de Nuestra señora de Montserrat, y las 18 y 21 falanges de la Segunda Bandera de Falange de Aragón. También recibió la laureada colectiva la Segunda Compañía del Tercio de Requetés de Marco de Bello y María de Molina, por la defensa de la posición de “las eras” en Quinto del  24 al 26 de agosto de 1937.

No hubo una segunda defensa de Belchite: las purgas comunistas


Una última consecuencia de la frustración del objetivo iba a ser el recrudecimiento del control comunista. El castigo sufrido por los brigadistas internacionales fue tan enorme y la cantidad de bajas tal que, por primera vez, se nega­ron a batirse. Hubo volunta­rios que, rota toda esperanza, intentan regresar a sus respectivos países pero carecen de documentación porque Moscú les había privado de pasaportes. Togliatti crea apresurada­mente, para atajar el mal de la desmoralización, unidades disciplinarias y campamentos de “reeducación”. Comenzaron a llegar miles de policías escogidos, miembros de la policía secreta. Con la NKVD, la policía soviética, llegaron también técnicos de fortificación rusos que, en gran parte, fueron encaminados a Belchite.

A pesar de todo, la operación sobre Zaragoza había fracasado y las operaciones militares en este escenario iban a finalizar muy pronto. Como ocurrió en otros lugares, se trataba de una ofensiva planeada de manera brillante sobre el papel pero la realidad demostraba que era imposible llevarla a término por la voluntad de resistencia del contrario y las deficiencias del Ejército Popular. El denominado “contragolpe estratégico” consistía en lanzar una acción ofensiva potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del dispositivo enemigo de defensa que le obligue a abandonar la acción ofensiva emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada fuerzas de las empeñadas en el avance. El general Rojo intentará repetir la maniobra en varias ocasiones sin conseguir, en ningún caso, que el generalísimo Franco trasladase un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus avances decisivos en otros frentes. Cuando, finalmente, Franco acude a la confrontación en el Ebro, el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular.

Giol y Codina (del Tº de Monserrat) en las ruinas de la Iglesia de San Agustín (Belchite)

Pero antes, a finales de diciembre de 1937 y comienzos de enero de 1938 tendrán lugar los enfrentamientos centrados en la capital turolense y el 7 de marzo de 1938 el ejército de Franco iniciaba una maniobra que, en medio de una desbandada general, lograría ocupar en pocos días el resto de Aragón. El 10 de marzo, se recuperaba Belchite, el 13 Calanda y Albalate del Arzobispo; el 14, Alcañiz y el 17, el Cuerpo Marroquí y la 1ª División entraban en Caspe. A partir de ahí se simultanearon dos acciones: una, al sur del Ebro (el 1 de abril se ocupaba Gandesa ya en Tarragona) y otra, al norte del río: el 25 de marzo el Cuerpo Marroquí penetraba en Bujaraloz y el 27, Yagüe tomaba Fraga. El avance continuaría en dirección al Mediterráneo y el 15 de abril de 1938 la IV División de Navarra ocupó el pueblo costero de Vinaroz (Castellón), cortando definitivamente en dos la zona frentepopulista.

Las fortificaciones de Belchite, consideradas por el Comité Central del Partido Comunista como inexpugnables por estar construidas por ingenieros soviéticos, no resistieron al fuego de las artillerías nacionales que, como hemos dicho, ocuparon la población sin encontrar oposición el 10 de marzo.

Con el fin de no disminuir el prestigio de sus técnicos y, sobre todo, para no irritar a Stalin que había aprobado los proyectos de dichas fortificaciones se atribuyó la culpa del fracaso a las tropas que, sin embargo, se batieron bien como fue lealmente reconocido por el mismo Estado Mayor de Franco.

El episodio acabó desembocando en el fusilamiento ordenado por los miembros del Politburó español de aquellos combatientes del Ejército Popular acusados injustamente de traición. Los supervivientes fueron enviados a un cuartel en las afueras de Valencia en calidad de prisioneros. El propio Líster firmó la acusación contra el comandante, oficiales y soldados del batallón que habían abandonado aquellas “inexpugnables fortificaciones”. En la reunión del Comité Central del Partido Comunista en la cual se decidió la suerte de los rendidos, Marcucci, un joven militante comunista italiano integrado en las Brigadas Internacionales, intentó en vano defender a los acusados que al día siguiente fueron fusilados. Una noche, en un hotel de Madrid, Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban en el mercado negro en Rusia y sus satélites— habla largamente con Eudocio Ravines, muy desilusionado y angustiado sobre como había entregado su vida al sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho después Ravines utilizó para escribir sus memorias). Esa noche, Eudocio Ravines escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su amigo se había suicidado.

Años más tarde, en 1961, “Il Secolo d´Italia” publicaba un extenso artículo firmado por Umberto Simini sobre las atrocidades cometidas por el dirigente comunista italiano Togliatti durante la guerra de España y su responsabilidad para imponer la política stalinista en España. A él deben atribuirse, en última instancia, los crímenes cometidos por los jefes comunistas españoles que actuaban bajo su control. Además de los conocidos episodios de la liquidación del POUM, de las trágicas jornadas de Barcelona y de la depuración de las Brigadas Internacionales se aludía a la responsabilidad en la masacre de los fallidos defensores de Belchite.

También el escritor Ramón J.Sender también evocaría la memoria de lo ocurrido a los implicados en la derrota de Belchite en una durísima requisitoria contra Líster publicada en el diario “ABC” (21-noviembre-1974):
“Hubo comandantes de talento como Modesto y verdaderos héroes populares como Valentín González y Cipriano Mera, pero aunque todos hemos corrido alguna vez —hasta Don Quijote en la aventura del rebuzno— nadie corrió tanto ni tan bien como Líster desde Toledo a los Pirineos. Lo malo era que para justificarse, después de cada carrera hacía fusilar a una docena de oficiales. Con esto creía seguir el ejemplo de Stalin. Yo fui jefe de Estado Mayor de la primera brigada mixta con él, entre Pinto y Valdemoro (lo que no deja de tener gracia). Menos gracia tenía que quisiera fusilar a los mejores de mis amigos oficiales cuando la culpa del fracaso de la operación era de él. Yo salvé entonces sus vidas (alguno fue fusilado por él, más tarde, en lo de Belchite)”.
El episodio fue relatado con detalle por Justo Martínez Amutio en ese mismo año en el libro titulado “Chantaje a un pueblo” y en 2007, se alude a estas purgas stalinistas en un artículo escrito por J.J. Sánchez Arévalo para quien “Independientemente de la opinión de los lectores, independientemente de los méritos de Líster como figura militar consagrada a la lucha antifascista, estos hechos deben ser también narrados e incorporarse a la tan manida y en ocasiones tan selectiva “memoria histórica”.

Un acontecimiento significativo en el frente aragonés durante el verano de 1937 había sido la presencia de las Brigadas Internacionales XI y XV entre las fuerzas atacantes. En 1967 se desarrollaría en el mismo escenario —cerca de Belchite— la operación de gran maniobra militar “Pathfinder Express” en la que intervinieron fuerzas combinadas del ejército de los Estados Unidos y del español. Treinta años antes, un batallón norteamericano (el “Abraham Lincoln”) combatía en el mismo escenario al ejército de Franco. El cambio no se había producido en la esencia del Régimen nacido del Alzamiento sino en el escenario político que, en los años de la contienda española y de la Guerra Mundial, nos presentaba a la democracia liberal en alianza con la revolución mundial comunista y al capitalismo mundial apoyado en el poderío soviético para destruir a un enemigo común. Era la dinámica en la que había desembocado la táctica promovida desde Moscú de los Frentes Populares y de la construcción del “antifascismo”, verdadera falsificación ideológica, como frente político mundial. Como afirma Jesús Fueyo:
La virtualidad de sentido de la obra de Franco se resume en dos trayectorias indiscutibles de su proceso político: nunca capituló ante el comunismo ni con sus alianzas ni derivaciones, y nunca, en lo esencial, se dejó sugestionar por el fascismo en sus efímeros resplandores, evitando así ser arrastrado en su aventura y en su liquidación histórica. Tan pronto como el mundo occidental recuperó su rumbo hacia la libertad sin la hipoteca de la revolución, lo siguió según el propio ritmo de posibilidades de la realidad española». Merece resaltarse que el discurso de Belchite se sitúa justo en el momento en que empezaba a consolidarse esa transición que era necesario asegurar frente a la vigencia internacional del peligro comunista. Y, concluye Jesús Fueyo: «finalmente, el dar cauce institucional a su difícil sucesión al frente del Estado y de sus instituciones, abrió el futuro a una normalidad en la que pudieran sintetizarse la unidad de España en la Monarquía y las libertades públicas, sobre la base de un desarrollo social y económico que hiciera viable el funcionamiento de la democracia. Como lo hayan gestionado otros, es algo que no forma parte ya de su mundo histórico.
Todo esto se dice ahora en dos palabras, pero costó sacrificios enormes y muchos años de tenaces esfuerzos que, probablemente, resultan muy difíciles de captar a las nuevas generaciones que, a pesar de las caídas de tantos muros, respiran en un magma ideológico, síntesis de liberalismo y de comunismo.

Pero desde la inmensa tragedia de odios y destrucción que el comunismo, en sus diversas formas, deja tras de sí, el sereno análisis histórico viene a dar la razón a las más hondas intuiciones de quienes vivieron aquellos acontecimientos y obliga a reconocer que los verdaderos defensores de la libertad no se encontraban, como se nos quiere hacer creer, ni en las Brigadas Internacionales ni entre los miembros de un Ejército Popular subordinado a las estrategias de Moscú sino entre las filas de quienes sostuvieron la defensa de lugares como Quinto, Codo y Belchite.

Ángel David Martín Rubio

JOSÉ RICART TORRENS: Confesión de un antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales


FIGURÓ EN EL PIQUETE DE EJECUCIÓN DE UN GRUPO DE VOLUNTARIOS CATALANES EN QUINTO (Zaragoza) Y HOY PROCLAMA LA GRANDEZA DE LA FE POR LA QUE MURIERON AQUÉLLOS

La historia de las conversiones es tan larga como la historia de la Iglesia. Desde Saulo, trocado en el Paulo convertidor de naciones, pasando por Agustín, transformado de sofista en teólogo y de pecador en santo, nuestro tiempo ha sido pródigo en suscitar casos impresionantes de conversiones. Chesterton y Charles de Foucauld, Claudel y García Morente, con todo un abanico de variedad polícroma y universal de hombres y mujeres, venidos de todas las ideologías, situaciones y contextos morales y ambientales ilustran la eterna eficacia de la Gracia que cala con la más palpitante lanzada e íntima decisión.

Nos llega una carta de un antiguo combatiente de las Brigadas Internacionales. Luchó en el Batallón Lincoln, conociendo toda la carga de muerte y tragedia de nuestro drama bélico, vivido desde sus trincheras. Figuró en el piquete de ejecución de unos voluntarios catalanes, en tierras de Aragón. Hoy, después de un periplo espiritual, incomprensible a los ojos humanos, pero lleno de lógica divina, es un fervoroso católico. Ha aprovechado la presencia de un misionero claretiano para escribirle una carta, densa de contenido humano y pureza cristiana, que nos recuerda las más patéticas y calientes efusiones del Señor de los grandes perdones y misericordias.

Frente a frente en España


La carta, merece ser meditada: divulgada y releída con destiempo para la reflexión el gozo y la acción de gracias. Nos habla William F. Mc. Carthy:
Reverendo-padre Juan Corominas: Eventualmente acabo de descubrir que hace unos 30 años, usted y yo nos estábamos tiroteando en los frentes de España. Que actualmente usted está dando, un curso de espiritualidad a religiosas hispanoamericanas. Que en el programa de TV que usted presenta los domingos a las 12.30 en el canal 34 representa unos 47 o 48 años. Que en la apertura de dicho programa aparece Cristo con la oveja perdida, que mira hacia los brazos del Divino Pastor; y éste soy precisamente yo. ¡Que he sido la oveja perdida durante muchos, años!
Formé parte en las Brigadas Internacionales, concretamente en la Brigada 15 del Batallón Abraham Lincoln, en la Cía. de ametralladoras. En la primera ofensiva de los republicanos, en agosto-septiembre de 1937, me encontraba en el frente de Aragón, provincia de Zaragoza. Tomé parte en la batalla de Quinto y Belchite. Y en Belchite fui herido.
He estado en el partido comunista de América desde 1936 hasta 1952. Actualmente soy presidente de la sección de piedad de la Sociedad del Santo Nombre en la Parroquia de San Felipe Neri. Y hasta hace cuatro meses fui el presidente de dicha Sociedad. He sido y continúo siendo miembro activo de la Tercera Orden de San Francisco.
El pasado domingo, segundo de mes, domingo que toca la comunión de los miembros de la Sociedad, después de la misa de 8.30 fui a dar las gracias al extraño padre que nos había celebrado la misa. Cuando él me dijo que era el padre Rosendo Rafael, natural de Cataluña, me quedé grandemente sorprendido. Me presenté a mí mismo, y me sinceré con él; pasamos juntos unas dos horas en el Seminario Claretiano de Compton.
El padre Rafael está convencido de que mi conversión hace seis años, el don gratuito de mi fe, son auténtica manifestación de la infinita caridad, misericordia, y perdón de Dios, para con un católico de nacimiento, ex acólito y educado en el Colegio de los Padres Jesuitas de «Brooklyn Prep», Biklyn, N. Y.

Un don especial

Efectivamente, fue un don especial para mi alma muerta, que al tercer día de la ofensiva en el frente de Aragón, en agosto o septiembre de 1937, en el pueblecito de Quinto, en la carretera de Belchite, formaba parte de un piquete de ejecución que disparamos con «Dum Dums» (explosivas) fusilando a unos 15 ó 20 jóvenes carlistas o requetés. Y por esto le escribo la presente carta. El padre Rafael me dijo que usted por aquel entonces tendría unos 17 años, y que luchaba como soldado en los ejércitos de Franco, y que muy bien podría haberse hallado en Quinto o Belchite.
He pensado que si usted regresa a España es posible que pueda llevar algún consuelo a los familiares de aquellos jóvenes de 18 ó 20 años que fueron fusilados por nosotros.
Se portaron como unos valientes. Llevaban el escapulario puesto y el rosario, y estuvieron orando, no de rodillas, sino de pie hasta el momento en que cayeron. Todos ellos miraban hacia nosotros con impresionante serenidad. Aún parece que los estoy viendo ahora: apuestos, de porte digno, resignados y con la paz del Señor en sus almas esperaban el martirio, su bautismo de sangre, a unos diez metros de nuestros rifles.
Para poderlos identificar mejor, le diré que ocupaban la última de las pequeñas colinas a la derecha del pueblo de Quinto. Era el tercer o cuarto día de la primera ofensiva de los gubernamentales desde que empezó la guerra en 1936.

La orden de fusilamiento

Eran estudiantes, de unos 18 ó 20 años, yo diría que eran suboficiales entre cabos y sargentos. No estoy seguro de ello, pero creo que algunos de ellos llevaban el haz de flechas de los falangistas.
Cuando se dio la orden de fusilarlos una última chispa de mi alma muerta protestó del crimen; y consciente o inconscientemente levanté mi rifle como un buen pie sobre sus cabezas. A los diez metros de distancia, un pie sobre sus cabezas me daba seguridad de que gracias a Dios no disparé sobre ellos a sangre fría, en aquel día lejano de hace treinta años.
Nunca jamás, desde mi conversión, hace seis años, he mentido a un sacerdote. Sin embargo, yo estaba allí, yo formaba parte del piquete de ejecución.
El Señor ya me ha perdonado en el Sacramento de la Penitencia.
Cuando usted regrese a España podrá contar esta historia —la valentía de aquellos muchachos y su inmediata entrada en el cielo— a sus familiares que aún vivan, ya que puede ser un acto de caridad para ellos y para mí.
Pido al Señor que esta carta llegue a sus manos. Si aún está en Los Ángeles y quisiera hablar personalmente conmigo, estoy a su disposición. Si no pudiera hablar personalmente, puede telefonearme.
No creo que la eventualidad de haberme encontrado al padre Rafael, sea una pura casualidad, sino una providencia muy especial de Dios para mí, para usted y para los familiares de aquellos muchachos.
En la misa de este domingo el sacerdote nos ha comentado aquellas palabras de la misa en la carta de San Pablo: «En otro tiempo yo perseguí a la Iglesia de Cristo, pero por la gracia de Dios ahora soy el que soy».
Mi nombre en la tercera Orden de San Francisco es Pablo.
WILLIAM F. MC CARTHY.»

Reconciliación evangélica


Subrayemos la valoración, a través del parabólico proceso interior del comunista convertido, recordando la firme serenidad de los muchachos fusilados.

No dejemos de marginar la recia fe que nos brindan en su muerte, acorazados sus pechos con el escapulario y en sus manos el Rosario. ¡Siempre la Virgen en las horas punta de la vida, de la muerte y de la eternidad!

El odio y la guerra no son situaciones normales ni cristianas. Tampoco la paz de los cementerios, ni las treguas volcánica. Por encima de clanes, bandos, enfermizos extremismos, la plenitud es el Evangelio que nos reconcilia a todos con Dios, el prójimo y nosotros mismos. El combatiente americano nos muestra el atajo de la verdadera reconciliación. Ni resentimientos ni divisiones sectarias. Tampoco el borrón y cuenta nueva de reincidir en los abismos que fatalmente conducen a sangre y ruina.

La reconciliación evangélica nos lleva a la fe; a la convivencia de la verdad en la caridad y a la síntesis equilibrada de todos los valores. Tras tantos años, la sangre fecunda de unos mártires españoles fructifica en los Estados Unidos en un corazón que encuentra la fe por la que murieron sus víctimas. Y hoy, mártires y quienes les apuntó con el fusil para la muerte palpitan en la más entrañable y misteriosa solidaridad y en una reconciliación sin trampa. Que no deja olvidada la vertiente teológica con su proyección política, por la que también murieron aquellos muchachos catalanes en Quinto

José RICART TORRENS, Pbro.

NOTA DE LA REDACCIÓN: Artículo publicado en: La Vanguardia Española, Barcelona, 13-diciembre-1966
La carta fue publicada por primera vez en el boletín de la Hermandad del  Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat el 20 de octubre de 1965. Actualmente se conserva el original en los archivos de la Hermandad, así como el carnet de Veterano de la Brigada Abraham Lincoln con fecha de 1947 y con el número 110.